
Y, por si fuera poco, asusta su concentración de poder, una inercia favorecida por la administración republicana. De hecho, aparece la figura de Ted Haggard, el antiguo presidente de esta iglesia y antes consejero en la sombra del equipo de gobierno, que deja bien claro la enorme relevancia en las urnas de ese supuesto 25% de la población norteamericana que forma parte de las filas evangélicas. Millones y millones de pirados radicales al servicio de una idea apocalíptica. El señor Haggard fue relevado de sus funciones por ciertos escarceos con drogas y efebos a su cargo.
Otro de los ejemplos de la expansión de esta metástasis es la introducción en el Tribunal Supremo del juez Alito, un capo de la radicalidad más chiflada pero decisiva en la política de los Estados Unidos. George Bush aparece como el gran salvador, el sincero adalid de la voluntad cristiana. Un Bush sonriente de cartón y a tamaño natural sirve de excusa para su veneración en
Momentos también de mucho estupor son los dedicados al rock cristiano y a la gordinflona que está al frente del campamento en el instante en que bendice monitores, sillas, electricidad, presentaciones de Powerpoint ante la presencia inquietante del maligno. Pero lo que más yuyu da es ver levitar, sollozar, gemir, chillar de locura a niños y niños marcados para siempre con el estigma de unos padres cabrones y chalados.
“¡Esto es la guerra!” Será japuta la tipa...