
Una de las inquilinas definitivas de la Playboy Mansión desarrolló una carrera meteórica en esto de ir al grano delante de los medios. Su fin, su sentido de la vida, fue siempre el de ser famosa, sin más. Pero con un par de ovarios –venga, vale, un par de enormes razones mamarias se imponían a todo- y nula vergüenza. Su obsesión por arrastrar la fama hasta los límites de la Monroe desestabilizó su cordura e hizo reventar la báscula en tiempo récord. Problemas con drogas, un currículum sentimental simpatiquísimo, un matrimonio gagá, un pleito interminable… Y un prematuro final para lucir titulares. El penúltimo capítulo es su cadáver embalsamado luciendo un preocupante estado de descomposición.
Lo dicho, la conejita que quiso ser Marilyn truncó sus expectativas. ¿O no? Porque ¿hay una manera mejor de imitarla? La polémica continúa y todos seguimos hablando de ella. Bien por Anna Nicole.