
¡Quiero una vulva bonita! Esa parece ser una obsesión cada vez más arraigada en las ya de por sí atrofiadas mentes de muchas jovencitas estadounidenses. Hace unos días, el programa
La Noche Temática de La 2 emitió un conjunto de documentales bajo el título
Mujer sin complejos, en el que además de analizar la repercusión y las circunstancias que rodearon el descubrimiento de la píldora anticonceptiva, así como contar la historia de las
Flappers, un grupo de mujeres pioneras a principios del siglo XX, reflejaba la empanada mental que supone para muchas personas exponerse ante la influencia de la dictadura de la imagen. Más allá de constatar el poder manipulador de herramientas como Photoshop, un bisturí en manos de agencias publicitarias y de moda, el tramo más demoledor del documental tenía que ver con el seguimiento de una pobre tarada cuya mayor preocupación consistía en conseguir tener una vulva lo más parecida posible a las de aquellas modelazas que aparecen en las revistas. Es decir, ausencia casi total de labios a la vista, de dudoso estímulo sexual, por otra parte.
La menor se hacía acompañar de su madre, otra tarada pero con más añitos de estulticia a sus espaldas, mientras este fresco monstruoso se completaba con la presencia escalofriante de un cirujano negrito y sonriente. El personaje en cuestión narraba sin rubor su excelente posición social (quedaba la mar de mono con su gorrito de marca) y no hacía ascos al permitir introducir una cámara en su consulta y en su quirófano. Los comentarios que este auténtico bastardo profería a la niñata durante el reconocimiento ruborizan al más pintado. Lindezas alusivas al grosor de sus labios superiores, al grotesco aspecto de sus genitales o a su falta de sensualidad eran lanzadas al tiempo que las pupilas del tipejo se convertían en parpadeantes símbolos del dólar. Cada tajo y puntada ascendía a una cifra la mar de jugosa y la paciente, ante tal catarata de improperios y guarradas, no duda en aceptar de mil amores someterse a una operación peligrosa y, a todas luces, escandalosa.
Cuando medio mundo se rasga las vestiduras con prácticas tercermundistas como la ablación, el país de las libertades fomenta una intervención vejatoria y, sobre todo, interesada y adulterada porque la imagen a la que estas oligofrénicas aspiran, muchas veces es totalmente falsa, creada ni siquiera en una sala de operaciones sino delante de un ordenador Apple.
Tras el reconocimiento, el doctor
miamero dictamina: eres una buena candidata.