The Charlatans interpretando de pé a pá su Some Friendly. Hay quien afirma que Tim Burgess usa peluca. No seremos nosotros quienes lo desmintamos.18.342… 60.190… 100.221 Ray-Ban… Ya, por fin, se acabó el recuento de gafas negras, rojas o de espejo. Se acabó el
Primavera Sound 2010. Y nosotros que sobrevivimos a él, oigan. Bueno, tras el chascarrillo alusivo al principal complemento que uniformaba a la masa indie y que tan bien representaba el empacho de patrocinios y esponsorizaciones del evento –por lo menos se es coherente al reservar uno de los principales escenarios para que sea la famosa marca de lentes quien lo comisione-, vayamos al tema. Partimos de la base de que nos perdimos el que según muchos fue el momento más estelar del fin de semana: la actuación de
Van Dyke Parks, a hora temprana en el Auditori. Partimos de la base de que no coincidimos en uno de los conciertos más aplaudidos de entre las bandas aspirantes a grandes:
Beach House (aunque a un servidor su primer trabajo le aburra de manera notable). Sigamos partiendo de otras bases como la de apenas contar casi ninguna noche para el bailoteo chunda-chunda y el desenfreno zombie de fin de fiesta. Entre tantas bases sentadas, ¿qué nos queda, amigos de Repámpanos? Pues nos queda un mejor sabor de boca que el experimentado el año anterior, aunque aquella edición fuera para nosotros un breve encontronazo con el festival y este que coleó hasta el domingo con
Kin Khan o
Black Lips nos cundiera los tres días centrales prácticamente enteritos.
De entre los recuerdos aún sin evaporar: los chillidos esquizoides de Daniel Alonso al frente de sus inclasificables
Pony Bravo –con un
Curro de la Expo sevillana presidiendo el escenario!!!-, la contundencia de unos siempre efectivos
Shellac, el ensimismamiento de un
Mark E. Smith a medio consumir, el hit tras hit de
Pavement, el sonido siempre excelente de Pixies, la puesta en escena (¿y la elegancia?) de
Pet Shop Boys, los ritmos experimentales e hipernoises de
Michael Rother (
Neu) y su nuevo combo, algunos pasajes de Spoon, el concierto íntegro de
Charlatans…
No está mal para una edición más que multitudinaria -y millonaria- que sirvió de nostálgico homenaje a una generación que vivió como tiernos fans la plenitud de algunas bandas cabezas de cartel y que supera con bastante o con mucho la treintena. No ha llovido ni ná desde que Pavement empezara a apuntar maneras con su
Slanted and Enchanted y se pusiera al frente del amateurismo garagero yanki. Más todavía desde el
Come on Pilgrim, aquel mítico Ep de cuando
Charles Thompson, luego
Black Francis, estaba fino, antes de convertirse en el buda antipático que lideraría
The Pixies. Por no hablar de
The Fall o
Wire, padres de casi todo esto, curiosamente ambos ingleses.
Muy indies todos, se entiende, por pertenecer a una batalla librada desde la libertad, aunque fuera dentro de mayors. Pero claro, la frescura se agota, el discurso se apolilla, las canas sustituyen a las melenas (los indies no suelen llevarlas, que conste), las carnes se aflojan y el carácter se agria aún más (todos sabemos de quienes hablamos). Se aguantan peor las críticas, la presión, las amistades se corrompen por la pasta y los egos. Y parece que se acaba todo. Hasta que, años después, unos avezados y pesados promotores consiguen recuperar el espíritu de rebeldía y aquella chavalería, ahora más talludita, vuelve a girar gracias a un sustancioso cheque. Y a girar y a girar. Pero claro, ya hay menos discos brillantes -a veces ni siquiera hay discos nuevos- y los grupos y su público se empiezan a conformar con los maravillosos rescoldos del pasado. Bueno, es lo que tiene el rock, y el indie. Ya ninguno somos unos niños.
Pony Bravo desplegando en el escenario Vice todo su arsenal de sonidos sureños, rítmicos y hasta folclóricos. Bueno, y sacando a escena a Curro, la mascota olvidada de aquel 92 que Barcelona absorbiera para sí. Larga vida a Curro!!