El lunes os daré cuenta de una experiencia nueva: dormir en un pabellón de cristal sobre un lecho de roca volcánica y con el paisaje ensoñador y magnético de La Garrotxa de fondo. Esta marcianada de nombre Les Cols es lo que me espera este fin de semana, amén de un buen surtido de embutidos, calas bajo acantilados, pueblecitos de pescadores y mucha carretera mediterránea.
miércoles, agosto 27, 2008
martes, agosto 26, 2008
Cumpleaños olímpico
El sábado celebré mi cumpleaños. Como en mi casa tenemos mucho espíritu olímpico, aprovechamos la ocasión para organizar un desfile de atletas en las últimas. Un motivo como cualquier otro para despedir de nuestras vidas la esgrima, la natación sincronizada o la halterofilia, disciplinas por las que sentimos verdadero furor. Tras los rostros pixelados de la foto se ocultan personalidades ilustres que, tal vez más adelante, iremos revelando. Hombres y mujeres de las letras, el periodismo, la cultura y la ciencia que, por una noche, se enfundaron en culotes y bañadores para, florete en ristre, dar buena cuenta de emparedados y copazos de ginebra. Todo a ritmo de Carros de Fuego. Qué emoción, madre, qué sentimiento más grande por el dopaje y las plusmarcas. Lástima, no estuvieron Samaranch ni las infantas.
viernes, agosto 22, 2008
Revista para buenos viajeros


lunes, agosto 18, 2008
La nueva y la vieja Valencia
Me acerco estos días de fiesta –así somos los de nuestra estirpe, que no paramos- a la ciudad del Túria con la curiosidad de descubrir la nueva ciudad lanzada al estrellato de la modernidad y la vanguardia gracias al impulso de la Ciudad de las Artes y de las Ciencias y a la Copa América de Vela. Tenía muchas ganas de comprobar el asalto de la ciudad al podio repartido entre Madrid y Barcelona, pero mis expectativas se vieron frustradas. Poco recordaba yo de una ciudad que no visitaba desde mi infancia, y de aquella permanece intacto su aireado sentido mediterráneo, su luminosidad, su amplitud de avenidas, sus plazas, sus puentes, sus relucientes edificios modernistas, por entero la ciudad marinera. No acudía yo a la caza de la lonja, el mercado, la catedral y la basílica, sino a la de la nueva urbanidad, el desafío tecnológico y arquitectónico, a la caza de la revolución valenciana. La Valencia historicista y fallera se aparta tras dar cuenta de horchata, helado, granizado, calamar y arroz meloso, y me apunto a recorrer el antiguo cauce del Túria hasta darme de bruces con los retoños de Santiago Calatrava –el Palau de les Arts, L'Hemisfèric, L'Oceanogràfic...-, la Ciudad preámbulo de la ruta de la Valencia del tercer milenio. Reconozco que me dejó frío como una sepia pero también reconozco que la observé de soslayo, sin adentrarme en el recinto. Ya veré los delfines cuando tenga prole y así podré juzgar con más garantías. El caso es que solo me quedaba enfilar el puerto y tantear la efervescencia provocada por el vuelco definitivo al mar desde un rediseño de la entrada a la Malvarrosa. Ná de ná. En honor a la verdad, no ayudaba a la clarificación de la estampa el follonaco de los preparativos para el circuito urbano de Fórmula 1 -más a la buchaca-, pero no es excusa. Las dársenas destinadas al ocio nocturno me parecen desaprovechadas y, aunque cumplen su papel con una buena funcionalidad de servicios, no deja de ser un apaño al estilo del Maremagnum barcelonés. Mucha silicona, mucho dj, mucho ambientazo, pero poca miga, poco estilo. Y poco mar. Mi estupor queda constatado al día siguiente cuando, casualidades de la vida, la edición valenciana de El País incluye un artículo dedicado precisamente a eso, al mucho nombre y marca de la última ciudad y a su escasa chicha. La sensación es palpable, aquí se ha invertido en marketing pero no en soluciones y audacia. Y a la gente le ha debido salir por un ojo de la cara, pues apenas tres días de garbeo me hacen colocar a Valencia como la ciudad más cara de España. Estar de visita en la ciudad cuesta lo suyo y no se ajusta a lo prometido. Además, doña Rita, si se dedica a recaudar en la hucha del parquímetro incluso en las tardes de agosto –insisto, ciudad desierta- es para que por lo menos perfume las calles pues apestan de lo lindo gracias, supongo, al calor, la humedad y a una deficiente red de alcantarillado y cañerías. Eso sí, una recomendación: restaurante Sangoreneta, en la calle Sorni, 31. Alta cocina en un local íntimo y bien atendido. No perderse su steak tartar con helado de torta del casar y crujiente de parmesano, ni sus texturas de chocolate, ni sus quesos artesanos, ni... Estupendo.

lunes, agosto 11, 2008
Un Mundo Raro

En fin, con México perdido en lontananza, pero intacto en nuestro corazón, y también bien metidito en nuestro hígado, páncreas, estómago y conductos intestinales, aquí estamos de nuevo para dar cuenta de algunas desventuras, de historias propias y ajenas, de dislates comunes y pasiones variopintas. Y la primera en la frente, pues el lunes amanecía con la triste noticia de la muerte de Isaac Hayes, uno de nuestros padrinos en el arte amatorio y de la canción orquestada. El pobre nos deja a unos tiernos 65 años. No somos nada. Me acuerdo de su decepcionante show en el Via Jazz de Collado Villalba hace unos pocos veranos y me entristezco. Del fucker sedoso y del Moisés negrata quedaba ya bien poco.
Pero basta de desgracias –qué es una guerra de pelo en pecho como la de Osetia o qué es perder esperanzas de medalla en tiro con arco- porque todavía perdura el recuerdo de un mundo extraño y freak donde los haya, de licores de hombres y de melodías sentidas, de paisajes rotundos y clima hostil. México lindo y querido, les diré que llegué de un mundo raro, que no sé del dolor, que triunfé en el amor y que nunca he llorado (grito de mariachi de fondo). Pues eso, ahí queda.


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