
En fin, con México perdido en lontananza, pero intacto en nuestro corazón, y también bien metidito en nuestro hígado, páncreas, estómago y conductos intestinales, aquí estamos de nuevo para dar cuenta de algunas desventuras, de historias propias y ajenas, de dislates comunes y pasiones variopintas. Y la primera en la frente, pues el lunes amanecía con la triste noticia de la muerte de Isaac Hayes, uno de nuestros padrinos en el arte amatorio y de la canción orquestada. El pobre nos deja a unos tiernos 65 años. No somos nada. Me acuerdo de su decepcionante show en el Via Jazz de Collado Villalba hace unos pocos veranos y me entristezco. Del fucker sedoso y del Moisés negrata quedaba ya bien poco.
Pero basta de desgracias –qué es una guerra de pelo en pecho como la de Osetia o qué es perder esperanzas de medalla en tiro con arco- porque todavía perdura el recuerdo de un mundo extraño y freak donde los haya, de licores de hombres y de melodías sentidas, de paisajes rotundos y clima hostil. México lindo y querido, les diré que llegué de un mundo raro, que no sé del dolor, que triunfé en el amor y que nunca he llorado (grito de mariachi de fondo). Pues eso, ahí queda.


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