
Los cinco minutos dedicados en Casi Famosos (una tontuna para todos los públicos del rock setentero) al alumbramiento del crío a la música son maravillosos. Para un chaval como yo cuyos padres se quedaron en Schubert, Miguel Fleta o Marquitos Redondo le costó un poco acceder a Rolling Stones, Zeppelin o Bowie. Luego descubrí que la pasión que ellos sentían por su mundo no era muy diferente a la que empecé a experimentar yo. A distintos decibelios, pero no muy distinta. Tiene que ver con la emoción. Lenguaje universal. El niño abre el maletín de su hermana mayor y desempolva el Pet Sounds o el Blonde on Blonde. Acaricia el Wheels of Fire y el Bold as Love. Su cara es impagable. Es la expresión perfecta del flipe. Descubrir a tus futuros ídolos. Más que eso. Descubrir una parte de la vida que te queda por vivir. Empezar de cero. El resto de la película me da un poco más igual, aparte de ver a Philip Seymour Hoffman (Lester Bangs) enloqueciendo al son de los Stooges. De Beautiful Girls y Natalie Portman ya hablaré otro día.
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