
Tengo mucho trabajo. Me enfrento a una tonelada de música que no puedo dejar de escuchar. Tengo ante mí parte -por ahora parte, pronto será todo el conjunto- de las canciones que
Bob Dylan pinchó para su programa de radio. Ya saben, hace unos años el señor de Minnesota se metió a disyoquei, tal vez porque era la única faceta dentro del mundillo en la que todavía no había dado sopas con honda al personal. De 2006 a 2009 lanzó al aire 100 ediciones de
Theme Time Radio Hour a través de la emisora de radio por satélite
XM. Sin entrar en estudio alguno, se limitó a despachar magisterio desde su propia casa o desde los hoteles donde se alojaba durante sus giras. El programa, artificial incluso en cuanto a la interacción con los oyentes -el locutor con bigotito recibía llamadas preparadas de famosetes y coleguillas-, abordaba con humor y total eclecticismo un tema a la semana: El diablo, los coches, las armas, Nueva York, la suerte, los nombres de mujer, el beisbol, la cárcel... Y para ilustrar cada temática, nada mejor que su enciclopédica sabiduria musical. Blues primigenio, bebop, swing, rock and roll, crooning, vodevil, country, rancheras... De todo, y todo bueno. En mis manos, dos estuches con cuatro discos cada uno, a falta de hacerme con el resto, y de ellos, ninguna canción supera la fecha de 1957. Hmmm. La elección de los intérpretes combina elecciones muy conocidas como
Hank Williams,
Chuck Berry,
Buddy Holly,
Tony Benett,
Johnny Cash,
Louis Armstrong,
Muddy Waters,
Sonny Rollins o
Charlie Parker, con rarezas o artistas minoritarios como las voces de gospel
The Swan Silvertones, el countryman
Hawkshaw Hawkins, el rockabilly
Glenn Barber, el combo de swamp pop
Cookie and the Cup Cakes, el guitarrista hawaiano
King Bennie Nawahi, el polifacético
Scatman Crothers o la gran
Sister Rosetta Tharpe. No me divertía tanto desde que adquirí en
Munster las recopilaciones de los
Cramps, con sus canciones favoritas de programas de radio antiguos. Un ejercicio distinto de arqueología pero igualmente delicioso.
El proyecto en cuestión se inscribe en un momento de apogeo bestial dentro de la carrera de Dylan. Sus
Bootleg Series, ya va por la novena, la publicación reciente de sus primeros álbumes en versión mono, sus últimos discos en los que trasciende igualmente sus propias fronteras estilísticas, sus asombrosos directos... Así da gusto ver envejecer a los mitos. Por algo es el más grande. Les dejo, que se me van los pies.
Una vez más, gracias señor Zimmerman.
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