martes, diciembre 27, 2011

Tony Montana existe


Estos días, Canal Plus está emitiendo un documental facturado en 2006 y que lleva por explícito título Cocaine Cowboys. Se trata de la historia de los violentos años ochenta en Florida, una época que precisamente recuerda al Chicago de los años de la prohibición, la época de los gángsters y de las armas automáticas vaciadas hasta el final en tiroteos salvajes por las calles desprotegidas de la ciudad del viento. Décadas más tarde, en un nuevo contexto de recesión económica en el país, con un alto índice de desempleo, los niveles de criminalidad fueron extrapolados tal cual a latitudes más templadas. El mapa de la droga, con sede neurálgica en las familias del cartel de Medellín, empezaba a reorganizarse. Como antaño el whisky, la cocaína era el nuevo maná y el clan Ochoa focalizó su negocio en tierras yankis en las soleadas palmeras de Miami. Este es el punto de arranque de una película que a una generación que ha crecido con las aventuras de Sonny Crockett y Ricardo Tubbs como la mía le puede impactar sobremanera. Miami Vice sólo fue una tímida postal del ambiente de glamour hortera, puterío y narices deshollinadas que floreció en la primera mitad de los años ochenta. Ni siquiera Tony Montana, una versión excesiva sepultada entre montañas de perico, hace justicia a la realidad. Porque la verdad siempre supera al relato. Aquello fue una guerra a sangre y fuego, con todo lujo de tintes macabros. Pero antes del estallido, los malotes miameros camparon a sus anchas. La policía corrupta o a por uvas. El lujo exhibido sin rubor. El consumo de cocaína disparado hasta contaminarlo todo.


Tenemos en el documental acceso a las declaraciones de algunos de los protagonistas de esta historia de excesos tropicales: Jon Roberts, narco hecho así mismo de frondoso bigotón y que en sus años mozos conducía un deportivo cuya matrícula rezaba "narcotraficante". Mickey Munday, el piloto de pelambrera rubia, un auténtico vaquero que, aunque siempre supo mantener el control, no podía decir que no a los favores de las hermanitas colombianas de sus compadres productores de coca. Jorge "Rivi" Ayala, el sicario, el matón, el asesino a sueldo sin escrúpulos de gatillo fácil. Griselda Blanco, la madrina, la dama de la muerte, la capo de la droga, la más mala de todas y todos, una señora de maldad bíblica. Todas criaturas sórdidas pero reales, decadentes pero en tiempos representantes de la sociedad del pelotazo, todas marcadas por el destino.


En 1983, Brian de Palma se acercó ya con su estilo, y con guión de Oliver Stone, a ese paisaje de pata de elefante y cuellos por encima de la chaqueta, de trajes de lino y oros en el pecho, donde también colgaba el frasquito de farlopa, de aston martins y descapotables, de testarossas blancos, de camisas floreadas y gafas de aviador para ir al hipódromo, de refugiados cubanos tras la expulsión del lumpen por Castro, de arsenal escondido en el maletero, de modelos drogadictas, de lavabos de discotecas ocupados por abogados, políticos y mafiosillos, de fardos y fajos, de coca y dólares, mucha coca y muchos más dólares. Pero Cocaine Cowboys no es una película de ficción. Es Miami años 80, una ciudad a todo color. Blanco (droga), rojo (sangre) y verde (pasta).






Un aperitivo...

jueves, diciembre 22, 2011

Pasos de claqué

Vivimos tiempos difíciles. Es uno de los mantras de este Repámpanos. Saludamos a nuestra alcaldesa con todo respeto cuando las hordas acuden en masa a las salas de cine ansiosas por lucir ojos verdes y rojos y poder así lanzarse al frenesí de emociones que el formato 3D les promete. Un tobogán trepidante del todo tridimensional. Ya sea Tintín, ya sea El Gato con Botas, ya sea Pirañas 3D, película ésta de alto contenido gore que casi me da la digestión hace no muchas noches. Advertencia: este homenaje al cine de terror marino adolescente es teóricamente muy palomitero, pero recomiendo su visionado con el estómago vacío. Eso sí, la mera presencia de Kelly Brook ya merece unas cuantas arcadas. Total, todo esta divagación previa proviene de la necesidad de clamar por esa maravilla llamada The Artist, la peli franchute, mudita y en blanco y negro de la que la gente tanto habla. Gocen con ella, y si no sienten nada no es que estén vacíos por dentro y sean unos destemplados, es que no les gusta el cine. Asín de clarinete. No ya por demostrar la potencia del cine pre-sonoro, es decir, cine de esencia, reducido a lo que es: imagen más imagen. También por haber tenido el buen gusto de incluir como broche final un delicioso número de claqué. Porque efectivamente, queridos lectores, soy un tremendo fan del claqué. ¿Qué pasa? He crecido viendo toneladas de cine mudo. Y no soy tan canoso, ni mucho menos. Era lo que tocaba: Charles Chaplin, Buster Keaton, Harold Lloyd, Laurel & Hardy... Sobre todo, un chorro de slapstick comedy entre pelis sonoras de indios y vaqueros, de espadachines, de piratas... Buenos tiempos para los niños en hora de siesta. Y, mientras jugábamos con floretes artificiales y trabucos de filibustero de palo, se colaban Fred Astaire y Ginger Rogers con frac y vestido de noche, una pareja viejuna, mucho, pero quién no ha querido bailar como ellos. Joder, cómo bailaban... Cómo bailaba también Gene Kelly, con sus coreografías endiabladas y su sonrisa profident. La misma que hace "clinkkk" al ser esbozada por Jean Dujardin, el actor que borda el papel protagonista de The Artist. Una sonriosa mezcla entre la de Kelly y la de Errol Flynn. ¿Qué más se puede pedir? Una pizca de luz en tiempos sombríos.


PD. Aprovecho el momento para felicitar a Mr. Spielberg. El Rey Midas cumplió el pasado 18 de diciembre 65 añazos. Él forma parte de todo lo que acabo de contar. No es coetáneo de las estrellas del Hollywood dorado, él pertenece a la generación de los rebeldes, pero él sabe de magia. Lo sabe todo.
Álex de la Iglesia publicó este tuit: "Hoy Spielberg cumple 65 años. Y todavia recuerdo con 10 años mi careto petrificado viendo Tiburón en el estreno. #dioslebendigaporsiempre." Cambio yo Tiburón y pongo E.T. Tal cual.