lunes, junio 30, 2008

Todo bien

La cosa pintaba rara. Todo iba como la seda. El mal fario se disipaba. Mirar un partido y estar convencido de que se va a ganar. Qué extraña sensación. En mi mundo, que es el mundo del pesimismo o del optimista bien informado, afrontar una situación así resulta algo inédito. Un movidón, vamos. El quejas se transforma en el que insufla confianza y arenga para mantener la fe. La fe, qué cosas. Cosas de otras cosas. Y van y ganan. Y sale hasta Arconada. Y vuelves a ser niño. Y hasta te emocionas. Y te emborrachas. Y al día siguiente, en mitad del lunes, la resaca te desconcierta y tardas un rato en acordarte de qué va la historia. Y, claro, vuelves a flipar. Porque no es el día del alzamiento nacional, no. Sólo es fútbol. Todo es fútbol. Del todo mal al todo bien.

viernes, junio 27, 2008

Jugar, ganar II

Pues eso. Lo mismo vale ayer que el domingo. La reflexión anterior sirve para recuperar el esplendor de la competición aplicada al deporte. Encajar mental y físicamente en una disciplina que te permita aspirar a estar más arriba que nadie es un privilegio. El don dura poco, apenas unos años en los que los aspirantes apuestan por ser los elegidos. Muchos se quedan en el camino, y la mayoría ni siquiera consiguen llegar a él, tan sólo sueñan sobre la almohada. Los que cruzan la meta encarnan el sacrificio, la ilusión y el talento de tantos y tantos caídos, y son orgullo de otros que se ven reflejados en ellos. Un orgullo inexplicable, intangible, a veces sonrojante, pero evidente a flor de piel. Es el proceso de identificación con el ídolo atleta. Lo mismo da si se trata de Mark Spitz, Carl Lewis, Van Basten, Quini, Maradona, Fernando Martín o Di Maio. La mística del deporte puede estar a la altura de la de cualquier otro mundo. Querer ser Keith Richards, Robert Capa o Errol Flynn. Querer ser el goleador del Mundial. Meter la canasta en el último segundo. Batir el record. Escuchar los aplausos.
Este próximo domingo se cerrará un nuevo capítulo de esta mística grandiosa. Otra vez a jugar. Y, a lo mejor, ganar.

jueves, junio 26, 2008

Jugar, ganar

Hasta el más perdedor de los hombres escoge bando y arroja sus dados sobre el tablero. ¿Qué sería de nosotros si no estuviéramos a uno u otro lado? Poseídos por la neutralidad, actuaríamos con el autoritarismo del árbitro. Seríamos dictadores. O, peor, desplazados, arrinconados, expulsados. Seríamos minoría, pero minoría forzosa. Da igual el deporte o el juego. Incluso el amor cuenta con reglas similares. Y, aunque lo importante es ganar, la victoria solo tiene sentido si se ha jugado. Previo a la partida, ni siguiera importa el después, trascender o morir en el olvido. Importa jugar. Estar ahí. Participar.
Por mucho que la razón juegue malas pasadas y parezca ponerse del lado de un ente superior ajeno a las miserias de la contienda, no hay nada más humano y racional que la fuerza de la disputa. La guerra no ofrece al juego más que terreno vil y necio, pero en su lugar cobra sentido la apuesta a todo o nada de un partido. La vida es eso y poco más. Jugar.
Sean de Rusia o de España. Vayan –es decir, jueguen- con los rusos, o lo hagan con los españoles y nacionalizados como tal. Da igual. Escojan y vivan el partido. La derrota será la muerte, pero la victoria también significará morir un poco. Lo dicho: como la vida misma.

lunes, junio 23, 2008

Para qué queremos más

Vaya fin de semana!! Rajoy por la puerta grande y España alcanza el milagro. ¿Quién dijo crisis?

La última vez que nuestros gloriosos tumbaron al enemigo fue gracias al cabezazo de Maceda. ¿Se acuerdan?
¡¡SEMOS IMPARABLES!!

viernes, junio 20, 2008

La alopecia de Mike Ness

Hace tiempo ya versamos sobre el efecto de la caída del tupe de Nick Cave y la putada que representa para la imagen del rock esta lacra aún sin resolver. Siglos de crecepelos, potingues, remedios de charlatanes y falsas esperanzas, muchas faltas de esperanzas.
En fin, menos mal que nos quedó el tupé de Elvis, de Yves Montand, de Brian Setzer o de Robert Gordon. Sin ellos, el rock sería más feo, sin duda.

En la web de Mike Ness, líder de Social Distorsion y una de nuestras inspiraciones personales, encontramos algún documento del encuentro el pasado mayo en Asbury Park de Ness con Bruce Springsteen. El cabroncete de Nueva Jersey sigue con un aspecto impecable y, sobre todo, con la cabellera perfecta. ¿Implantes, tal vez? Sin embargo, Mike Ness no puede decir lo mismo y es que hace ya tiempo que se le cayó el último mechón de la frente. Aún así, para nosotros sigue molando taco. Mientras sus tatuajes no destiñan, se podrá seguir afirmando lo que una vez escuché decir a un tipo: “Mike Ness y Social Distorsion no son un grupo, son una religión”.

miércoles, junio 18, 2008

De la crisis a la eurojander

Ya están aquíííí... Ni crisis ni hostias. España está de nuevo en cuartos de una fase final y, para seguir la tradición, el cruce está a la altura. Una vez más, el domingo por la noche la frase más repetida en millones de hogares de nuestra querida España será “toda la puta vida igual”. Sí, amigos, porque por mucho que algunos confíen, por mucho que nuestros jugadores estén curtidos en algunas grandes batallas, por mucho que el gran Pirlo y el inefable Gattuso no puedan comparecer, lo cierto es que me imagino a nuestros tiernos Silvas, Iniestas y Torres mirando once camisetas azules pero once caretos de Tassotti. Y eso es para cagarse de miedo.

En fin, exorcicemos el espíritu del maligno recreándonos una vez más con uno de los episodios más simpáticos de nuestra divertida historia futbolística. Qué gran país el nuestro.

PD. Imaginen al tallo Toni entre nuestros centrales atontolinados. Ahora sigan trabajando.

jueves, junio 12, 2008

DANGER I: interpretaciones de la crisis

Los hay que en calma chica se dedican a la merienda de negros y, durante la marejada, cuando quedan pocos negros o éstos tienen hambre, exigen que se les engorde para la próxima merienda.

viernes, junio 06, 2008

Tenía una granja en África

"Tenía una granja en África". Siempre asociaré esa frase siseada por Meryl Streep a uno de los momentos más soporíferos que he vivido nunca en un cine. La cuestión es que yo apenas tenía 7 años y mis padres me habían prometido que aquella película, Memorias de África, iba de safaris, fieras salvajes y mogollón de acción. El chasco fue bestial, incluso mi padre me acompañó en el aburrimiento, pues nunca ha sido un romántico, y nos tuvimos que rendir a que esa noche la estrella fuera mi madre, fan acérrima de la actriz, loquita desde siempre por los huesos de su confidente Robert –ella nunca utiliza apellidos si de sus amores platónicos se trata-.

Años después, cuando empecé a formar mi conciencia cinematográfica supe del tal Sydney Pollack y, aunque nunca le perdoné del todo aquella interminable sucesión de planos maravillosos, de miradas ateridas de pasión, y de sentimientos a flor de piel -¿cuándo diablos se zampaba el león a la Streep?- reconocí a un director supremo, uno de los grandes de los últimos tiempos. No quiero alargarme más en esta reflexión, así que lo mejor es leer el brillante homenaje que Carlos Boyero ha firmado en El País para recordar la figura de este hombre de cine –yo siempre le ví como un hombretón- y así la próxima vez que echen la peli por la que yo puse por primera vez los pies en la butaca de delante a lo mejor hasta me la trago con anuncios y todo.

jueves, junio 05, 2008

La ciudad del ruido

Madrid, camino de ser sede olímpica. Y dale. Qué empeño.
Faltan dos horas para que mi despertador me interrumpa el sueño, suena el teléfono fijo y al descolgarlo una voz crispada me desvela con increpaciones confusas. Se ha equivocado. Vuelvo a la piltra y una hora después, un martillo neumático se apodera de mi calle y taladra mi sensible cabeza sobre la almohada. Mil y un insultos dedicados a la empresa responsable. Comienza el día en mi ciudad.
Una mañana cualquiera, un amanecer común a miles de ciudadanos enajenados y a mil por hora camino de las Olimpiadas. Madrid lleva tiempo siendo una ciudad cada vez menos amable, más ruidosa y contaminada, más poblada de cláxones, gritos y miradas inyectadas en sangre. Volver de una tierra de silencio redescubre este panorama y hace constatar que, por muy suave que uno aterrice, el suelo firme vibra que te cagas y te vuelve a poner en órbita de estrés. El espíritu olímpico debería incluir entre sus premisas la proyección de una forma ejemplarizante de vida, pero con Madrid –no me meto con Londres, Nueva York, París, Tokio o la misma Pekín, escenario de muchos otros pecados- el espejo se nubla y a saber qué imagen es capaz de reflejar. Si una ciudad son sus ciudadanos, aviados estamos. Nuestra concejala, doña Ana Botella, Delegada del Área de Gobierno de Medio Ambiente y segunda Teniente de Alcalde de Madrid –glups!!!- no está dispuesta a pinchar su burbuja de laca con la que congela a diario su mata de pelo y su sonrisa de lata pero es intolerable que no reconozca el Madrid irrespirable y claustrofóbico, y no contribuya –por ejemplo acompañando a su marido a la Conchinchina- a mejorarlo en absoluto. Porque soy de la opinión de que los decibelios deberían estar reservados a la esfera de lo privado, casi como prescripción facultativa que incluya escuchar de vez en cuando a Motörhead a todo rabo, como magnífico y eficaz depurador de impurezas.

Por una ciudad más habitable, saludos desde la ciudad del ruido.

miércoles, junio 04, 2008

La hostia del regreso

Parece que fue ayer cuando despedí a Mariano, le deseé suerte y me dispuse a lanzarme a la carretera como un poseso en pos de unos balsámicos días de asueto. Hoy vuelvo a levantar el cierre de esta bitácora y la realidad nos da la bienvenida entre mamporros y titulares: la situación del señor Rajoy estable pero todavía crítica, la Obregón en el punto de mira, Obama que está que lo tira, Pepu a la calle, y Bo Diddley caput, además de Yves Saint-Laurent. Qué bien se vive sin un bonito monitor de plasma en la pared.
El caso es que uno es mortal y tiene la obligación de reincorporarse a la vida ordinaria, tan vulgar como la de sus congéneres. A cinco horas y media dejo una vida de vientos y arena, la vida acariciada por las bondades del desierto almeriense del Cabo de Gata. Una rutina lánguida pero plena y muy próxima a la felicidad cierra su paréntesis hasta el siguiente capítulo, que a buen seguro será tan breve, soleado, callado y feliz como este. Como lo es siempre que uno comparte paisaje con amaneceres y puestas de sol recortadas por el brazo de un cactus, los extremos de las pitas, la silueta de un molino o una ruina aislada. Ponerse a Poniente y tostarse en carne viva, hasta las cachas. Hasta las cachas del trasero, quiero decir. Conducir por las vegas y los parajes medio congelados en el tiempo. Triscar como cabras ladera abajo hasta caer en el mar transparente. Flotar mientras un calamar pasea entre algas. Fumar un canuto en una noche nítida de estrellas. Comer. Y dormir. Y follar. Y vuelta a la rutina.
El desierto no tiene mucho. Escarabajos y arañas, pedregales, poca sombra y mucho polvo, carreteras peligrosas y pueblos sin gracia. Mucho trotamundos, perro flauta, hippie con visa oro, algún tirado y poco almeriense.
Algunos no encontrarán nada. Otros encontramos casi todo.