viernes, noviembre 27, 2009

¿Qué hacen con esos días?

Ojeo los periódicos por encima y me desaliento. Zapeo por las cadenas de televisión y me asaltan las arcadas. Paseo hasta mi trabajo y me llama la atención unos carteles que publicitan The Obama Deception, una peli fanzinera que trata de desmontar la esperanza encarnada en el nuevo líder negro -o café con leche- debido a su supuesta sumisión al New World Order y al Grupo Bilderberg, lobbys a cada cual más siniestro. Menos mal que ayer me fui a la cama con una frase metida en la cabeza:

“Este es el tiempo que nos queda.
Nosotros tenemos la capacidad de cambiar más cosas en un día en la Casa Blanca que en toda nuestra vida desde que salgamos de ella. ¿Qué hacemos con estos días?”
Leo McGarry, ex-jefe de gabinete de la Casa Blanca en la serie The West Wing.

Pero como este es un rincón de ji-ji-ja-ja, quitemos un poco de hierro al asunto y, a expensas de la herejía que supondrá para los fans de la serie -entre los que me encuentro-, podemos ver esta divertida parodia de pasillos y discursos. Me encanta Toby, mi favorito.

jueves, noviembre 26, 2009

Dios bendiga a América

Vaya dos títulos que llevamos. No se apuren, seguimos siendo un blog rigurosamente laico, pero... En fin, los fulanos que se colaron en la Casa Blanca. Lo dicho, ¡God bless America!

martes, noviembre 24, 2009

Alabado sea el Señor

Antes de que incluya una reseña de mi última escapada otoñal, con el Maestrazgo como paisaje protagonista, quiero destacar algo que se me ha ido pasando y que tenía en el tintero desde hace tiempo. Se trata de la distinción que la revista Wallpaper hizo el año pasado de la parroquia de Santa Mónica, en Rivas Vaciamadrid, como "mejor diseño de iglesia 2008". Sí, ya ha llovido, lo sé. Pero el recordatorio ha surgido ojeando las páginas del nuevo número de Arquitectura y Diseño. El caso es que nunca es tarde para alabar esta obra de Ignacio Vicens y José Antonio Ramos protagonizada por el acero cortén y por su rupturista diseño geométrico. Un enorme contenedor mutante y oxidado más propio de un territorio post-apocalíptico que de un barrio residencial de chalés con piscina. Así es Rivas, un lugar cuanto menos curioso, un municipio poco católico que encierra el oficio en un monstruo de Mad Max.

martes, noviembre 17, 2009

Aquellos maravillosos thrillers

Cuando nos da por una cosa no la soltamos. Seguimos con el cine, concretamente con uno de los géneros que peor se está comportando los últimos años: el thriller. Pertenezco a una generación que mamó la década de los ochenta de una manera casi literal. Digamos que nos amamantó y que sigue siendo una fuente inagotable de recuerdos sublimados y fetichismo nostálgico. En aquel contexto, lejos de ser carne de videoclub, tuve la suerte de ser “obligado” a acompañar a las salas con más solera de Madrid, fin de semana tras fin de semana, a mis queridos progenitores, más que meros aficionados y que no siempre basaban su criterio de selección de películas en la impresionable mente de un tierno mozalbete. Nada más lejos de la realidad. Durante mis años de infancia, me dio tiempo a quedarme petrificado en mi butaca ante el vello púbico de Nastassja Kinski en El beso de la pantera o ante el de Debra Winger en El cielo protector, por poner una horquilla de apertura y cierre de década. Aquellas dos escenas forman parte de mi aprendizaje. Entre ambas películas –sin demasiada relación con el género que nos ocupa, por cierto-, se agolpan en mi memoria un sinfín de títulos a los que tengo un singular cariño y que, todos ellos, debido a la especial devoción paterna por lo escabroso y el “suspens” –acuérdense que hay una buena parte de la sociedad que todavía sigue llamando “restorant” al restaurante por una mala influencia francesa- tenían como nexo de unión la temática policíaca, judicial o, incluso, de susto. Todas las vi en pantalla grande.
El caso es que me he acordado de ellas, y de aquellas jornadas de cine de sábado por la tarde en el Cid Campeador, en el Carlos III, en el Luchana, o en las salas de la Gran Vía, al recuperar algunas últimamente en la tele. Mi conclusión es que ya no se hacen películas como aquellas, ni las buenas ni tampoco las malas. ¿Las recuerdan? No hace tanto de las hombreras y las corbatas a la moda de los yuppies de Wall Street.

Una pequeña selección:
El sendero de la traición (Betrayed, 1988) y La caja de música (1989), de Costa-Gavras, películas impactantes sin llegar a la hondura de Desaparecido, algo más que un thriller, una conmovedora historia de podredumbre humana, con un Jack Lemmon gigante. Por encima del resto de intérpretes, en la primera Debra Winger (otra vez ella) y, en la segunda, Jessica Lange. Aunque nunca olvidaré al nazi bastardo Mike Laszlo disfrazado de angelical abuelito con rostro de Armin Mueller-Stahl, ni por supuesto, el sonido espeluznante de aquella cajita de música.
Al filo de la sospecha (1985), con un buen duelo interpretativo entre Glenn Close y Jeff Bridges, aunque los secundarios son estupendos. La máquina de escribir, la máquina de escribir…


Veredicto final (1982), una de las grandes pelis del maestro Sidney Lumet, con un tremendo Paul Newman alcoholizado.



Sospechoso (1987). Otra mujer abogado, Cher, y un pipiolo Dennis Quaid acompañan a Liam Neeson en uno de sus primeros papeles reseñables.



Peligrosamente juntos (1986), una delicia de comedia policíaca donde, qué raro, destacan los ojazos de Debra Winger.


Falso testigo (The Bedroom Window, 1987). ¡Para qué una traducción medianamente literal cuando podemos llamarla como todas las películas de la época, incluyendo dos de las palabras más de moda del momento! Nada del otro jueves. Aunque salía Isabelle Huppert, el que partía el bacalao era la estrella ochentena Steve Guttenberg.
Único testigo (1985). Película referencia de la década, con la estrellaza Harrison Ford seduciendo a mi querida, aunque amish, Kelly McGillis.

La sombra del testigo (1987). Otro producto de la época, con su título adaptado para la ocasión, su director de éxito y sus estrellitas deslumbrantes del momento: Tom Berenger, Mimi Rogers y Lorraine Bracco. ¡Vaya trío!

Presunto inocente (1990). Aunque es del noventa, pertenece con justicia a la década anterior. Otra vez Harrison. Una rubia de impresión y una gran escena tórrida. El martillo, el maldito martillo…

Testigo accidental (Narrow Margin, 1990). No podía faltar Gene Hackman, un especialista en estas lides de la tensión argumental, en este caso con un remake de un clásico de la RKO y junto a otra prota de los ochenta, Anne Archer. Ritmo endiablado, estrés, un medioabuelo en un papel de acción. Adictiva.
Sin salida (1987). Un icono de los ochenta, con un Kevin Costner en lo más alto, un Gene Hackman de mucho miedo y una Sean Young más sexy que nunca.

FX, efectos mortales, (1986). Un poco más gore que el resto, es también un clásico del cine de intriga y del FBI de la época. Destaca el siempre inquietante Brian Dennehy, uno de los secundarios más brillantes de esos años.


Por último, el juego de los títulos alternativos: falso inocente, presunto testigo, único sospechoso, presunta sombra, falsa traición, culpable único, inocente mortal, sin presunto, sombra accidental, testigo sospechoso, sospechoso sospechoso,…

martes, noviembre 10, 2009

Los cómicos

Seguimos con él. Con López Vázquez. Este fin de semana, como homenaje, hemos querido repetir el ritual del otro día y pegarnos un buen atracón de cine ibérico del bueno. De primer plato, El pisito. De segundo, Un millón en la basura. Ambas películas, de Ferreri y Forqué respectivamente, destilan todo aquello que hizo de José Luis López Vázquez un actor versátil e icónico, un rey de la tragicomedia. Tanto en el neorrealismo de finales de los cincuenta como en la comedia costumbrista y sesentera de inocente moraleja y ambientación navideña, López Vázquez se movía con maestría, con su cara de español. Como bien escribió Carlos Boyero, “hay actores que podrían ser de cualquier parte, pero Alberto Sordi solo puede ser italiano, Jean Gabin francés, Wayne norteamericano, López Vázquez español.” El pase doble es uno de tantos que podría repetir sin cansarme, no sólo con López Vázquez como estrella invitada sino con unos cuantos actores y actrices de la España en blanco y negro que de vez en cuando conviene desempolvar aunque sea como mero ejercicio de arqueología. Precisamente, Elvira Lindo titulaba a su columna de este domingo en El País El reparto de mi vida para rendir su particular tributo a toda esa gente que durante décadas y generaciones ha formado parte de nuestra fauna más cercana y familiar, los rostros de nuestros vecinos, de nuestras tías, de la portera, de la chacha. Protagonistas y secundarias, en películas malas, pasables o maestras, las caras y voces que formaron parte de esa colección irrepetible pertenecen al patrimonio cultural de un país. Unos arrastraban el inmenso bagaje acumulado durante el rico periodo de la República, otros se tuvieron que conformar con arrastrarse sin más en los fríos y grises años de la posguerra. Cada cual con su historia, su propia verdad, todos ellos con la intención de trabajar en un oficio que siendo tan digno como el de ahora, no se exponía a las mismas candilejas ni a las mismas tentaciones. Eran otros tiempos, mucho peores por supuesto, pero en los que sencillez, experiencia e ingenio eran conceptos menos ignotos que en los actuales días de intérpretes imberbes flasheados como ídolos de masas. Qué sí, que hubo un niño ruiseñor y algún engendro más de la España del caudillo, pero hablo de comparar aquellos cómicos con el reparto de ahora, incapaz de sostener a los más sabios que en seguida han sido arrinconados por el sistema. Total, puestos a ser nostálgicos, ¿cuál sería el reparto de vuestra vida? No vale poner a otro abuelo que no sea Pepe Isbert.

martes, noviembre 03, 2009

La insignificancia de un gigante

Hay qué ver. Tumbados en el sofá un sábado por la tarde cualquiera, aparece en la tele el rostro de José Luis López Vázquez. Se canta una jota con su tonillo de siempre. Es una peli entre tantas del (sub)desarrollismo español, una mierdaza enlatada que, sin embargo, tiene algo de poder hipnótico gracias a la presencia de alguna criatura diferente, tan distinta como la que, a pesar de todo, se esconde tras la aparente insignificancia de un tipo calvo y con bigote, clon de millones de españolitos grises, reprimidos, salaos, buenos, del montón. Mi chica me pregunta: “¿este hombre sigue vivo?”. “Creo qué sí”, respondo yo medio convencido de que, aunque nos acostumbramos a la pérdida de tantos y tantos, un tachón como el de López Vázquez quedaría en la memoria. Efectivamente, seguía vivo. Dos días después, moría plácidamente. Qué cosas.
Ayer, la misma chica que se quedó helada con la noticia, y con su macabro presagio, se dolía de la pena que supone que gente así no disfrute en vida de las bonitas adulaciones que suelen darse cuando desaparecen. Es cierto, pero también lo es que un tipo como López Vázquez –dos apellidos que juntos suenan a gloria bendita- forma parte de tu paisaje habitual que, aunque haya estado discretamente retirado en camerinos durante un tiempo, nos parece que sigue ahí, al otro lado de la esquina o del mando a distancia. Aquel ser insignificante de esa película mediocre era un genio, un gigante.