miércoles, septiembre 27, 2006

Momentos de tensión, censura e ira.






Vivimos tiempos difíciles. Cuántas veces se han encabezado editoriales con esta dichosa frasecita. Pero no podemos negar que llevamos demasiado tiempo con la seguridad, los riesgos, la libertad y los recortes de derechos individuales a cuestas. Un coñazo. A Pepe Rubiales le amenazan de muerte, el Ratzinger Z incendia medio mundo y ese medio mundo se dedica a echar más gasolina. ¡Ah, la libertad de expresión! La libertad del artista, la libertad de confesión, la libertad con mayúsculas, la libertad,
la libertad... Los niveles de susceptibilidad se disparan, lo políticamente correcto guía la vida moderna y los férreos principios de los hombres rectos son los que nos sujetan a la tierra en momentos de turbulencias y huracanes pseudoideológicos. Mi discurso es un poco diferente al machacado tantas veces: mis principios están difuminados, mis finales más aún, no tengo una idea clara acerca de nada en concreto, mis valores son limitaditos y cada día pienso de manera diferente. Soy de lo más influenciable, mi percepción de la realidad está altamente distorsionada, creo que el respeto está sobrevalorado y, sobre todo, manoseado, y no siendo apolítico –porque nadie lo es- descargo mi frustración con cada espectro parlamentario. En fin, puede que la institución católica tenga razón y España esté poblada por más gente como yo, gente perdida y anarquista. Pero oye, yo quiero formar una familia –de verdad, no es coña-, ¿eso no cuenta?

lunes, septiembre 18, 2006

Aterrizaje y vuelta al cole

Ya estamos aquí. Los privilegiados que nos podemos ir de vacaciones en septiembre regresamos poco a poco y qué quieren que les diga, parece que resulta más fácil todo, al menos en cuanto al jet-lag o la depre post-vacacional. Esta vez nuestro periplo nos ha llevado a las cálidas tierras brasileñas. ¿Cálidas? Ja! Vale que allí tienen el calendario patas arriba respecto al nuestro, el civilizado de verdad, y que ahora mismo sufren su duro invierno, pero joder, se supone que en vez de sufrirlo lo disfrutan y que las temperaturas templadas y los cielos despejados son la tónica. Se supone, porque mi gente y yo sí que lo hemos sufrido en condiciones. Un frío de pelotas, señores, como lo oyen. Pero bueno, dejando al margen crisis climáticas, negros nubarrones, récords históricos en el termómetro y un sinfín de hazañas protagonizadas por los cenizos más intrépidos del hemisferio sur, el balance no debe resentirse en su vertiente más urbanita. Sao Paulo-Rio, Rio-Sao Paulo (ahhh, Madrid-Barna, Barna-Madrid) ... Rivalidad, exhuberancia, atractivo, caos, belleza, suciedad, lujo y pobreza. Dos grandes ciudades a la altura de un inmenso país que es potencia a la fuerza. Orgullo paolista en su metrópolis sin fin, vistas desorbitantes desde las alturas, infinitos rascacielos elevados sin orden ni concierto como agujas que se extienden como el mar hasta la línea del horizonte, una Gotham desconocida y misteriosa, la Nueva York latina. Capital gastronómica, enjambre de helicópteros sobrevolando la violencia desenfrenada, la Avenida Paolista como la Quinta de Manhattan pero con palacetes coloniales y supermercados baratos. Y compras, compras, y mil compras en la Oscar Freire. Y zumos y vitaminas a manta.

Orgullo carioca confortablemente instalado en el crédito de la divisa turista entrante, orgullo anatómico en Ipanema, con su chica paseando un perro de raza o pedaleando por la Vinicius de Moraes, partidos mixtos estratosféricos de futvolley, parejas de efebos musculados, jovencitas con trapecios desarrolladísimos, platos de picanha y caipirinhas callejeras en Lapa, travelos de pensión, sudor a granel en las escuelas de samba, y la presencia amenazante de los morros tomados por la masa de la favela, el Rio que intimida a Rio y que parece controlar el cotarro.

Cemento y naturaleza, sofisticación frente a lo tribal, cosmopolitismo y alegría de vivir, sólo una parte de Brasil, pero mucho Brasil.