(Diálogo previo: -Mamá, date una vuelta. Ni mires ni escuches. No te
conviene. -¿Por qué? ¿Panero? Ah, vale.)
-Hola, buenas tardes. Me llevo éste ("Así se fundó Carnaby Street").
¿Me lo dedica?
- (...) Ough. ¿Cómo te llamas?
- Miguel. Mi-guel.
(-Leo coge el librito, lo dobla, lo abre y casi lo desencuaderna y
echa un garabato.)
- Gracias. Estooooo, ¿puede decirme lo que ha puesto? No
entiendo...nada. (-un par de líneas totalmente ilegibles. Leo mira
fijamente a su interlocutor mientras fuma un pitillo y le da sorbos a
una lata de té helado.)
-A Miguel. Un abrazo. Leo. (-o eso creo entender que dice)
-Ahhh, pues muchísimas gracias. Buenas tardes.
-El tipo de mirada confusa se dispone a despedirse de soslayo y
acierta a pronunciar a través de su boquita a medio llenar de dientes
marrones y carcomidos:
-(...)ggggggGoraEujkaditaaskatatuuuuuuuggllllllll...
-(...) Ehhhhhhh... vale.
-Y Miguel Ángel, con una especie de sonrisa boba, con el libro ya en
las manos, mirando a izquierda y derecha, se da la vuelta y huye
bastante ruborizado hacia su madre.
Tal cual, el gran Panero, el último poeta maldito de nuestra literatura, el último de una saga de pirados de la vida, ofreciendo una nueva muestra de su compleja personalidad. Trasgresor hasta el abismo, hasta el final. Trasgresor y desequilibrado, claro está. Pobre...
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