miércoles, agosto 23, 2006

Ayer pude por fin ver el documental Inside Deep Throat (Dentro de Garganta Profunda) y, si bien, no se mete (perdón) de lleno en la miga de la peli, sí refleja a las claras algunas claves del percutor del cine porno y, de paso, muestra a la sociedad norteamericana tal y como era (y sigue siendo). América y su eterna dualidad: el entretenimiento y el progreso frente a la represión y la moralina paleta. De un lado, el entrañable director de la película, Gerard Damiano, con sus pantalones hasta los sobacos, contando con la inocencia de un chaval aquellos momentos de diversión y bajo presupuesto. De otro, los actores, con Linda Lovelace al frente, su bajada a los infiernos y su triste final en 2002 a causa de un accidente de tráfico. Aunque Harry Reems es el que más me impresionó, contando su triste peripecia vital tras haber rodado aquella inmundicia depravada, como bien sostenían los hombres de Nixon, los mismos que le condenaron a cinco años de prisión por atentar contra el buen sentido y los valores de la gran nación. Pero América es grande y Reems se salvó de los barrotes y la sodomía gracias precisamente a Garganta Profunda, aunque esta vez fuera otra, la del confidente del Watergate que mandó al carajo el mandato del presidente y su jauría republicana. Y quién lo iba a decir, tras ser preso del alcohol y vagabundear por Sunset Boulevard debido a su ostracismo hollywoodiense (le boicotearon una aparición en Grease), Reems se convirtió al cristianismo y es ahora agente inmobiliario en ¡Utah!, la ciudad más mojigata del continente. También salen acérrimos defensores de la peli y del porno como John Waters, Hugh Hefner –bata roja incluida- y hasta Norman Mailer (es emocionante contemplar su entusiasta alegato a favor del porno, que él sitúa entre el arte y el crimen). Pero claro, también aparecen enfurecidos viejecitos, puritanas del feminismo y el fiscal del caso, aún hoy enconado en su convicción de que las imágenes de Deep Throat perjudican a la sociedad, no si antes afirmar que por supuesto él es un hombre viril a pesar de que no puede quitárselas de la cabeza. Un primor de hombrecillo.

El documental, narrado por Dennis Hopper, expone también la decadencia de un género que surgió como divertida respuesta generacional. De los amiguetes, el descubrimiento del sexo y unos pocos dólares se pasó a la monotonía de una inmensa fábrica de dinero, carente de ideas y eminentemente siliconada. Y es que ya sabemos que la contracultura murió, a pesar de Jack Nicholson y Warren Beatty, dos de los capos de la época y defensores de los vilipendiados integrantes de tan entrañable película, tan revolucionaria como El último tango en París.

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