martes, abril 27, 2010

Pelillos a la mar

Ondea la cabellera al viento. Los mechones se rebelan entre ellos. Se secan con el primer sol de primavera y se inflan como macarrones en la olla. La cabeza crece y se hace visible. Qué cabeza. Vaya cabeza. Anda y que te ondulen. ¿Más? Cuán rizado me he visto reflejado. Cuánto ensortijamiento castaño. Qué salud pilosa. Fortaleza de Sansón. Filamentos canosos que brillan y se retuercen como alambres. Todo, todo, casi todo, afeitado, rapado, cortado, tijereteado, rasurado, cepillado, esquilado, arrojado al frío suelo. Barrido poco después. Confundido entre otros pelos, juntado con adn desconocido, extraños mezclados en una masa informe de hebras a medio deshilachar, amontonado como una peluca de gigante cabezudo. Desaparecido para siempre. Pero surge un nuevo busto esculpido que nace a la vida en flor. Sopladas las últimas briznas negras y limpiados los restos de viruta sobrante, una cabeza olvidada reluce ante su propia imagen. He aquí una criatura medio desnuda. Saluda como si respirara por primera vez, como el renacuajo humano en su primera bocanada. Ya anda de nuevo. Se aleja. Todo vuelve a empezar. Volverá. Ni que hubiera tenido coleta. Jamás.

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