jueves, julio 01, 2010

El rock de la caravana

Un pobre diablo agarrado a un altavoz a las tantas de la mañana...

Sí amigos, el rock se vive a tope si se lleva la casa a cuestas. El asfalto de la carretera tiene ese magnetismo. Una vez te pegas a él, te quedas imantado. Como la roña que se te adhiere según este rockandroll way of life. Nada más levantarte, unos estiramientos matutinos –a eso de la hora de comer-, arrascarse la legaña y otra vez listo para bailar, pegar saltos, sacar la mano cornuda a pasear, berrear afónico, beber, fumar, y volver a bailar. Así hemos vivido el Azkena Rock Festival 2010, una edición que nunca olvidaremos, y eso que no es ni mucho menos la primera. Juramos que no será la última. Cuesta creer que haya un festival diseñado a la medida de uno, pero parece que el de Vitoria lo sigue siendo. A nuestra edad, se agradece. Precios razonables, bebida digna, ambiente agradable. Sonido más que decente (casi perfecto en algunas ocasiones), ocio y esparcimiento asegurado. Superficie homologada en varios materiales, formato minicésped y formato alquitranado. A cubierto y al aire libre. Ah, y la oportunidad de ver a dios. Porque Bob Dylan acudió puntual a la cita y demostró quién es el que todavía manda en esto. Manda dios, manda Dylan con levita y bigotito de mosquetero. Aquí un swing, aquí un blues sombrío, aquí una revisión de… ¡hop! Un puñadito de algunas de las mejores canciones jamás compuestas. Aquí una Highway 61 Revisited, aquí una Rainy Day Women #12 & 35 para que podamos chillar eso de “¡todo el mundo debe estar colocado!”, aquí una interpretación de Ballad of a Thin Man que consigue enmudecer al respetable y hacer que la noche no tenga demasiado sentido en su continuación. Pero lo tiene, porque aparece en escena un crooner enfundado en azul dañino y hasta en traje de espejos que, bajo la lluvia, ejerce de Elvis contemporáneo. La presencia, la simpatía, el encanto y la voz de Chris Isaak aportan ese sentido. Con estos dos conciertos hemos tenido suficiente. El resto estuvo bien, y hasta muy bien, pero no merece la pena ser añadido.
PD. Perdón, no podemos obviar el pasaje en el que sufrimos un accidente espacio-temporal. Ver a Kiss en directo nos supuso volver a la adolescencia y recordar lo emocionante que sigue siendo el circo.

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