martes, marzo 20, 2012

Una de zombies

Necesito que alguien me fumigue la casa de zombies. Hasta octubre voy a tener que dormir con la luz encendida y una pistola bajo la almohada. Sí, amigos, estoy infectado por The Walking Dead. ¿Qué pasa?  


El pasado domingo, el final de la segunda temporada batió récords de audiencia en Estados Unidos. Ayer, la cadena Fox programó el último capítulo para España. Ya el anterior, el número doce titulado Better Angels, puso un broche de inquietud y desasosegante incertidumbre. Necesitábamos un desenlace y alguna respuesta irrenunciable. El capítulo trece, Beside the Dying Fire, ajusta nuestra ansiedad y nos prepara para un mono tiránico de casi siete meses de condena hasta que se estrenen las primeras entregas de la tercera temporada.
The Walking Dead es una serie aparentemente alimenticia, con un guión que patina demasiado a pesar de su fidelidad al cómic de origen, con algunas interpretaciones pasadas de rosca, pero no puedo sino reconocer la adicción siniestra que provoca. Ahí el objetivo funciona. Un apocalipsis zombie cuando ya parecía que el brote de fiebre por el género remitía podría parecer pastoso. Pero no puedo sino reconocer que el look, el score y el maquillaje agarran por las solapas y te cuesta zafarte. Es lo que tiene las historias de supervivencia. Muy malos tienen que ser planteamiento y técnica para que el espectador no se descubra a sí mismo buscando solución a dilemas existenciales, buscando salidas para salvar el pellejo de los caminantes y teniendo espasmos de puro miedito al desastre. El suicidio, el asesinato, la condición humana, los principios, la civilización, la esperanza... Una de zombies, al fin y al cabo.


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