martes, marzo 06, 2012

Un hotel, una historia

Sólo necesito una buena cama, un baño, un teléfono y un televisor para pasar el rato. 

Así pide consejo de alojamiento el agente Dale Cooper ante la perspectiva de alargar su estancia en el pueblo de los picos gemelos, en el estado Washington. Muy bien, amigos, no era difícil. Hablo de Twin Peaks y de su mejor hotel, el Gran Norte. ¿O era el Gran Hotel del Norte? Al borde de la cascada Snoqualmie, hoy pueden los fans de la serie pernoctar en sus aposentos, rehabilitados con muchos más lujos que en la versión catódica, en un estilo de nuevo lodge alpino, con todo el calor de la tradición maderera que también destila la mítica serie sacada de la masa neuronal de David Lynch. Es el hotel Salish, en realidad a media hora al este de Seattle y a la sombra de las imponentes crestas graníticas del Monte Si. Y es que Lynch sabe mucho de habitaciones de hotel. Sin ir más lejos produjo a mediados de los noventa Hotel Room, una miniserie para la HBO. 

Desde los inicios del cine, la intimidad y el misterio que encierra ese espacio por rellenar que es en realidad un hotel ha sido objeto de maquinaciones al servicio del guión y escenario de líos citando de paso la peli de los Hermanos Marx. Desde el glamour berlinés de entreguerras de Grand Hotel al motel de carretera más famoso, el de Norman Bates. Desde la delirante Four Rooms al rascacielos de un Tokio plomizo en Lost in Translation. Todos tenemos ejemplos. Algunos subyugantes.

Sin ir más lejos, ahora tenemos en cartel el más reciente. Brandon, el torturado personaje que interpreta con magnética sobriedad Michael Fassbender, suele acudir al hotel Standard de Manhattan donde canta su hermana, pirada al alimón. También acude a él para visitar sus exhibicionistas habitaciones acristaladas en compañía de sus ligues o de unas más llevaderas prostitutas. Desde la misma inauguración por el pope André Balazs de este nuevo icono neoyorquino atravesado bajo sus pilares por el High Line, y desde el estreno de Shame, la retorcida cinta de Steve McQueen a la que aludimos, más de una pareja ha jugado al folleteo voyeur en contacto con las cristaleras de suelo a techo.

A muchos nos fascina ese poder inquietante -y no hablamos de huéspedes fantasmas, que también- que puede alojarse en los pasillos, bares, saunas y suites de estos edificios desalmados, dispuestos a ser poseídos por historias anónimas que se pierden en el registro, a menudo falseado. Hoteles vanguardistas en metrópolis del siglo XXI, pensiones de mala muerte, moteles de carreteras secundarias o a pie de autopista nocturna, love hotels y hotelones de montaña perdidos en la nada, esperando a que ocurra algo, a que alguien llegue y se esconda, a que otro le siga y se encuentren, a que todo suceda dentro o a que se prepare con sigilo para lo que fuera pueda esperar. Y a ustedes, ¿también les fascina? Sólo hay que observar desde el coche si el neón anuncia vacancy rooms.



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