martes, mayo 06, 2008

El penúltimo lametón

No es que sea un post muy original, comentar la última peli de Scorsese, la de los Rolling Stones. Pero no puedo remediar sentir la necesidad de gritar a los cuatro vientos: ¡Sois los mejores, cacho perros!
Ante mis dudas y prevenciones acerca del susodicho film, Shine a Light, decidí acudir al cine. Y encima en sesión mañanera, un horario poco rockero desde luego. No puedo decir que haya recorrido el mundo viendo a los Stones, pero por lo menos les he visto un par de veces, una en tropel, otra sin tantos apretones y con los protagonistas muy, muy cerca. Sin embargo, la borrachera acabó pronto, comprendí que a pesar del buen sonido y la escrupulosa profesionalidad de la banda, los mejores años del mejor grupo de rock&roll de la historia habían pasado. Aquello pertenecía a un compromiso con los patrocinadores, a unas giras dignas pero poco estimulantes y, sí, a un desafío más con el paso del tiempo. Comprendía el fervor de la marea de fans, y el desaire de otros tantos. Por ello, y en parte por mis sospechas corroboradas por una crítica desigual de la película, me daba pereza todo. Pero fui y me comí tales sospechas, incluso las que relativizaban el peso de este documental frente a The Last Waltz.
Peliculón, me repetía a mí mismo nada más salir. Peliculón. Para empezar, porque Scorsese borda un aspecto muy interesante: el de aislar acústicamente distintas piezas en el desarrollo de las canciones. Según le interesa, da más énfasis al duelo de guitarras, a la voz de Mick Jagger o incluso al coro. Resta visión de conjunto en ocasiones, despista un poco al principio, pero ilustra a la perfección el engranaje del sonido de los Stones de hoy en día y ayuda a confirmar su magnífico estado de forma. Bajo esta técnica difícilmente se podrían enmascarar posibles carencias de la banda. Todo queda al descubierto, por encima del director, los Rolling Stones. El documental agiganta la figura de Jagger como conductor total de los destinos del grupo –él es que manda, ¿quién demonios es Scorsese? ¿El de Toro qué? ¿Uno de los Nuestros? Bah- al tiempo que nos recompone el magnetismo de Keith Richards, su valor más simbólico y colosal. Los mejores planos son suyos: sonríe, escupe el cigarro, se comba sobre el escenario y el público –de casting, lo peor de la película-, se enfunda un gabán negro, canta como nunca. Más allá del bien y del mal, su papel es pura actitud, imagen de rock&roll sin aditivos, la pureza de un rostro que, como los más grandes, no es una cara, sino un mapa. La arruga es bella, amigos.

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