miércoles, diciembre 23, 2009

¿Hay algo más?

Llevaba unos días entre la ansiedad y la represión por acercarme al final de la serie de televisión que me ha tenido literalmente ocupado un año entero de mi vida. Empecé a ver los primeros capítulos del Ala Oeste de la Casa Blanca en diciembre de 2008 y, el destino y mi hambre voraz, me han llevado a tener que cerrar su círculo de siete largas temporadas precisamente ahora. Ayer para ser más exactos. Yo no quería, se lo juro, pero resulta que la ficción también tiene un final, por mucho que puedas rebobinarla una y otra vez, dilatar su último aliento, repetir el penúltimo diálogo o retardar el fotograma de adiós. Hay un momento en que la gente coge sus bártulos y te deja con cara de tonto plantado en el sofá, sin poder reaccionar, sin tiempo para recobrar la compostura, como mucho con la gracia bondadosa de poder empezar de nuevo como el que no quiere la cosa, como si los personajes que aparecen en la pantalla te fueran presentados por primera vez, así por sorpresa.
Pero lo que es imposible es poder rellenar eso que se ha venido extendiendo en foros y conversaciones y que tanto nos ha hecho compartir y que no es otra cosa que un auténtico, real, desasosegante, un poco patético, vacío existencial. Un agujero en la boca del estómago que con el fundido a negro definitivo te lleva a preguntarte: ¿Y ahora qué? Una película puede marcarte para siempre pero sus tiempos son distintos. Con una serie de televisión, sus historias y las criaturas que las protagonizan avanzan contigo casi en tiempo real, se cuelan en tu vida cotidiana, rellenan huecos libres y ocupan el resto viviendo en tu mente, esperando a que se les de cuerda en el próximo capítulo. Desprenderse de todo esto no es agradable.
Mi consuelo es no haberme asomado todavía a The Wire, un mundo que me espera y en el que pienso zambullirme a modo de terapia y así desengancharme de este mono cruel, que fue desperezado por primera vez a mediados de la última temporada de la serie con una doble desaparición, la del actor John Spencer y, consiguientemente, la de su personaje Leo McGarry. La muerte de ambos funcionó como un triste anticipo de la paulatina despedida de todos y cada uno de esos rostros y voces que te han acompañado durante tantos ratos, ratos convertidos en vida producto de una obsesión, la del espectador con la ficción.
A estas alturas sobra halagar la sofisticación del producto facturado por el genio de Aaron Sorkin, no pienso haceros perder el tiempo con pajas mentales acerca de la complejidad de su puesta en escena, de la brillantez de su guión, de la solvencia de su reparto, de la potencia de alguna de sus ideas o, incluso de su capacidad premonitoria que en ocasiones nos hace mirar a ese extraño país de reojo pensando: “¿será capaz de guiar sus pasos siguiendo un guión televisivo?” No, como buen yonqui podría pontificar sobre el placer causado por cada dosis pero prefiero hacerme el sentimental, acordarme una vez más de estos tipos que han formado parte de mi vida y que desgraciadamente ya no volverán a ella.


Homenaje: momento en el que John Spencer ganó un Emmy por su papel en The West Wing. Gracias a la información del blog de Ángela Armero, incluida la transcripción de las palabras de agradecimiento del actor.

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