martes, marzo 30, 2010

L.A. Arquitectura: la mala de la película (y con Polanski más)

La última película de Roman Polanski me recuerda algo que siempre me ha hecho gracia y con lo que casualmente me topé hace poco en YouTube. Se trata de la utilización de la mejor arquitectura del siglo XX como un personaje más del reparto cinematográfico, pero concreta y curiosamente como un villano. La demonización de algunas de las casas más revolucionarias de nuestro tiempo al servir de misteriosas residencias de malos malísimos en pelis de cine negro no es un hecho casual. El vídeo que enlazamos a continuación forma parte del documental de Thom Andersen Los Angeles Plays Itself en el que trata de posicionar la visión de Hollywood frente a la ciudad negra y pulp por excelencia. Aquellas maravillosas casas fotografiadas por la estilizada mirada de Julius Shulman –y que hace unos días incluimos en un post- sirven de cuartel general de tipos muy chungos de vida oscura pero que, ay amigo, tenían pasta y muy buen gusto. Así vemos la Lovell House de Richard Neutra en L.A. Confidential, la Casa Malin (Chemosphere) en Body Doble, la Casa Reiner en Less than zero, la Casa Elrod en Diamantes para la eternidad –todas de John Lautner-, o la mansión de Palm Springs de Stewart Williams o las casas de Pierre Koening y Frank Lloyd Wright en El gran Lebowski, Blade Runner, Ella siempre dice sí, Twilight… Y hasta podemos ver en Alta Letal 2 al machote de Mel Gibson tirar abajo con su 4x4 la mismísima Casa García, también de John Lautner. Qué tacto, madre.
Cómo olvidar la mansión de James Mason en Con la muerte en los talones, aunque la maqueta de una casa de Frank Lloyd Wright nos situase junto al Monte Rushmore en Dakota del Sur y no en Los Angeles. Pues con The Ghost Writer, Polanski ha querido estar otra vez un poquito más cerca de Hitchcock, además de por múltiples referencias y similitudes –un protagonista sin nombre, una música asfixiante a lo Bernard Hermann, unos personajes con pasados alambicados, una atmósfera desasosegante…- por presentarnos una casa que cumple, como muchas de las anteriormente citadas, un papel protagonista, en este caso, una casa que esconde importantes secretos. La casa-oficina del ex-primer ministro es un fortín de corte industrial anclado en una playa de una isla de un Boston ficticio que en realidad se localiza en una isla alemana del Báltico, casualmente la misma donde Murnau rodó su Nosferatu. Otro aliciente de esta película, rodada con la mejor sobriedad del director de La muerte y la doncella o El quimérico inquilino, por citar dos películas que me recuerdan a El Escritor, es poder ver de nuevo a Eli Wallach a sus casi 95 castañas. Tremendo.

jueves, marzo 25, 2010

¡Urruti, t'estimo!

Ayer se cumplieron 25 años de la liga de Terry Venables con el Barça. Los jugadores de aquel año salieron al Camp Nou a recibir aplausos y homenajes. Carrasco, Víctor, Moratalla, Rojo, Schuster, Alexanco, Pedraza, Archibald, "Pichi" Alonso, Marcos... Entre todos, faltaba Javier Urruticoechea, aquel gran Urruti que yo tenía en los cromos junto con Artola y que murió en accidente de coche hace nueve años. El mismo del que me vestía con su traje azul cuando yo era pequeño, el eterno portero suplente de Arconada en la selección (tres mundiales sin rascar bola, el de México ya bajo la sombra de Zubi), un hombre bueno que en aquel marzo del 85 paró un penalti que significó la consecución de un título de liga que el Barça no alcanzaba desde mediados de los setenta. Casi nada. Para siempre quedará la narración de Joaquim Maria Puyal y su ya mítico ¡Urruti, t'estimo! Pues eso, portero.

miércoles, marzo 24, 2010

Y dale...

La cosa no había acabado. Habrá que rastrear más por si la tendencia se manifiesta de nuevo pero ayer me acerqué otra vez hasta un cine para ver una obra ambientada en la década de moda. Se trata de An Education, una buena película cuyo principal aliciente es la firma de su guión, a cargo de Nick Hornby, amén de los magníficos trabajos de Carey Mulligan y de Alfred Molina. La Inglaterra en tonos grises antes de la explosión del Swinging London es el contexto en el que se desenvuelve una atractiva y perturbadora historia de seducción que funciona como lejano recuerdo de la adolescencia de la escritora Lynn Barber. La adaptación de esta memoria a cargo del autor de Alta fidelidad o Fiebre en las gradas da sus frutos y la narración cinematográfica y su puesta en escena por parte de la directora Lone Scherfig, a pesar de algunas críticas, también da el pego ofreciendo las dos caras materiales de aquella moneda: la de los suburbios y la de las fiestas sofisticadas, la de la educación victoriana y la de los conciertos de jazz, la del encorsetamiento y la del gamberrismo. Un barrio vulgar de Twickenham frente a París como símbolo de la libertad y la rebeldía. Trajes tweed, moños perfectos, carreras de galgos, deportivos, música de cámara, antigüedades, arte prerrafaelista y, claro, una reflexión sobre la vida y la verdadera educación. Definitivamente, se la recomiendo a mi madre. Ah, París, París…

miércoles, marzo 17, 2010

Los sesenta son moda



Hace unas semanas esta bitácora sacaba su lado más homo al rendirse a las gracias de George Clooney (por cierto, impagable verlo con bigotito y pelo largo haciendo de joven aprendiz de soldado hippie en Los hombres que miraban fijamente a las cabras). Pues bien, hoy este espacio tan machote y varonil vuelve a ponerse fino. Pero así nos las gastamos, somos capaces de destacar el nuevo álbum de Los Chicos (el mejor grupo cutre de la actualidad garagera) como el disco de la semana y al mismo tiempo hablar de algo tan opuesto como el look de una peli gayer tipo A single man. Que conste que cuando digo gayer es con todo el cariño, entendiendo que la historia que cuenta Tom Ford a partir de la novela de Christopher Isherwood es universal y no sólo afecta a una minoría concreta. Con todo, la minoría –descrita como aquella que produce temor en la mayoría- es parte esencial del relato, tanto intelectual como estéticamente. Pero más que destripar el argumento y las claves del guión de la película, prefiero centrarme en las apariencias. El esteta que llevo dentro (sin risas, por favor, que esto es muy serio) me atrajo a la sala de cine de la misma manera que me engancha a la pantalla de mi tele cuando echan Gilda (ayer mismo, sin ir más lejos) o cuando dan Mad Men, tramas aparte. Precisamente la serie de la HBO comparte tiempo con la peli del estrábico diseñador, aunque no espacio. Los primeros sesenta, en un caso en Manhattan y alrededores, en el otro en la soleada Los Angeles. Si en Mad Men podemos hablar de cierta atmósfera opresiva dibujada a través de claroscuros, de casas unifamiliares de suburbio de clase media, en A Single Man la atmósfera se tiñe en ocasiones de cálidos y favorecedores atardeceres al tiempo que los instantes más sombríos se dibujan con una exquisita sofisticación. Encuadres perfectos, vestuario a medida, viviendas de revista, belleza estomagante... No es lo mismo prepararse una copa en la cocina de Don Draper que hacerlo en el salón multicolor de Charley (Julianne Moore). No es lo mismo un revolcón en el camastro de alguna de las queridas ocasionales del héroe publicista que un revolcón en el dormitorio del profesor George Falconer (Colin Firth), practiquemos el sexo con quien lo practiquemos. Cada uno tendrá sus preferencias (visuales, me refiero). El caso es que ambos responden a dos ejercicios de virtuosismo escenográfico. Pero claro, entre ambas orillas, el abismo polvoriento, todo hay que decirlo, salvando las consiguientes excepciones metropolitanas de un país-continente. En cualquier caso, aquellos cincuenta y sesenta fueron aquellos maravillosos años. Recordémoslos escuchando el Manhattan de Ella Fitzgerald mientras nos servimos un dry martini y fumamos lucky strikes. Si no, siempre nos quedarán Los Chicos y su sonido apestoso y adictivo.








A continuación, las casas estudio fotografiadas por el gran Julius Shulman, fallecido el año pasado:




lunes, marzo 08, 2010

La vigencia de los mitos

La casualidad quiere que días después de asistir en El Matadero de Madrid a la obra de Tom Stoppard, Rock ’n’ Roll, el diario El País refleje la publicación del libro Bandera Roja en el que David Priestland reflexiona sobre las causas del fracaso del comunismo. Las contradicciones del sistema, la distancia entre teoría y puesta en práctica, la rigidez del dogma, la grisura de un mundo incapaz de imponer realidad moderna y, sobre todo, la cruenta aplicación de métodos depurativos de la doctrina en las visiones más radicales del catecismo marxista terminó por estrangular su futuro y por sepultar la aspiración de gran parte de aquellos ideales. Estas y otras muchas cuestiones parece abordar el libro de Priestland, al igual que el texto de Stoppard, auténtico renovador de la escena contemporánea y brillante guionista cinematográfico, entre otras muchas facetas de su vida laboral. Y es que al menos el libro, cuyo subtítulo reza Historia política y cultural del comunismo, irrumpe a colación de una ingenua tendencia a pensar que en estos tiempos de crisis global en los que el capitalismo parece tambalearse, tal vez haya espacio y oportunidad para un cambio de estructura, de valores, de sistema. No digo que sea el comunismo la alternativa elegida por esos incautos que creen ver luz en tanto drama financiero, pero sí que es el capitalismo el modelo que creen ver ajusticiado. Pobres. Bien claro lo deja Max, el personaje creado por Tom Stoppard para servir de eje dialéctico de la ortodoxia revolucionaria, en un momento de lucidez ya apartado del partido con mayúsculas y cargado de todo el cinismo que proporciona su experiencia: “el capitalismo, como la energía, no se destruye nunca, sólo se transforma”. Es también Max, desde su (des)enfoque pero desde el compromiso con su causa, el que se lamenta del inocuo manejo de la libertad por parte del estrato más bisoño de las sociedades actuales. Esa libertad que ni siquiera se la daba para sí mismo no es nada, a su juicio, en manos de perezosos e ignorantes que se hunden en la molicie frente al televisor. Algo desolador contiene esta reflexión si no fuera porque para muchos la libertad no se sujeta a condiciones por lo que precisamente uno de esos usos tiene que ver con el derecho a no cambiar el mundo, opción imposible de haber marcado en el formulario ministerial al otro lado del muro. Ello no resta significado a la paradoja de los últimos días del viejo Max, tan alejado –es un decir- ya del mito comunista, acomodado –es un decir, también- en tierras británicas recién consagradas al tatcherismo: el “después de tanto, ¿para qué?” frente al orgullo de haber consagrado su vida a algo. Pese a todo, Stoppard fue inmensamente feliz en la Inglaterra de la Swinging London, y el símbolo de aquel grupo de Praga, los Plastic People of the Universe, encarcelado por el régimen al identificar desideologización con subversión, todavía tiene vigencia. El mito de Syd Barrett –una de las inspiraciones de la obra teatral-, más que el de Lenin, también.

miércoles, marzo 03, 2010

Johnny Cash en espíritu

Si en el último post hablábamos precisamente del pasado viernes, resulta que también el pasado viernes un tan Johnny Cash hubiera soplado 78 velas. Un buen día, a pesar de su ausencia, para publicar su disco póstumo, la colaboración definitiva con Rick Rubin, American VI: Ain't No Grave. Escribimos esto mientras lo escuchamos. Otra vez su voz anciana de plegaria sureña. Otra vez su voz palpitando en primer plano y otra vez un torrente de imágenes cuarteadas en blanco y negro y sepia. Paso directamente de las primeras canciones a la última, Aloha Oe, una balada hawaiana estremecedora en su garganta. Vuelvo a For The Good Times, de Kris Kristofferson, a un paso del gigante, y parece como si Cash nos hablara desde el otro lado, sonriente en su dignidad, relativizando su pérdida. Qué más le podemos pedir. Sólo nos queda agradecer una vez más a Rubin su perseverancia y al hombre de negro su mera existencia. ¡Salud!


Aprovechamos la ocasión e incluimos como ya hizo el blog del programa de Radio 3, 180 Grados, el vídeo de Snoop Dogg, My Medicine, un temazo en honor de Johnny Cash publicado en su disco Ego Trippin'. Sí, el viejuno es Willie Nelson. Cosas de Snoop y del country.

lunes, marzo 01, 2010

La memoria de Castro Prieto


El viernes pasado me pasé por el salón de actos del antiguo hospital de Santa María la Rica para asistir a una clase maestra con uno de los popes de la fotografía española, Juan Manuel Castro Prieto. El visionado de un videomontaje con algunas de sus mejores imágenes pasó a una interesante charla en la que este madrileño con más de 30 años de callo reconoció estar desde hace cinco desarrollándose en su verdadera madurez. Enfrascado en varios proyectos con el denominador común de la memoria (fotografía compulsivamente el pueblo de sus padres, fotografía museos...), explicó su paso radical y obligado del blanco y negro al color. Resulta que el hombre ya no ve el mundo en blanco y negro, sencillamente. Durante el coloquio, además de filosofar sobre lo humano y lo divino, también dio tiempo para confesar su protocolo de trabajo (tira en analógico, escanea el negativo y retoca digitalmente el resultado; la utilización de todos los formatos, desde el 35 mm a las placas de 20x25 -este último cacharo le sirve para sus famosos desenfoques selectivos como recursos narrativos relacionados con lo onírico y lo irreal; su rutina es esperar a que pase algo, él no construye puesta en escena...), así como para aligerar la conversación con determinados consejos técnicos. Estas revelaciones le valieron para desmitificar el papel de las cámaras e incluso se atreviera a dar valor a las fotos capturadas con teléfonos móviles. La cámara, en sus manos, no es más que una herramienta de traducción. Sin embargo, no puede evitar reconocer que sin ella él no sería nada. pues sin la fotografía no tendría manera de entablar relación con los demás, algo así como si a cualquier ser humano le extirparan la lengua y le incapacitaran para el lenguaje. Es su defensa de la fotografía como lenguaje autónomo (nunca habló de arte). Dentro de ese lenguaje considera imprescindible la evolución, el cambio constante. Los grandes nunca se acomodan. En su trabajo, por ejemplo, contempla una pérdida de potencia visual en favor de un mayor calado narrativo. Además, en tiempos de la tiranía digital impuesta a golpe de Photoshop, él ha ido rebajando el umbral de dramatismo, algo que permite a sus trabajos más simbólicos y a los últimos proyectos con la memoria como obsesión recurrente atrapar durante más tiempo la mirada del público y, por lo tanto, su reflexión. ¿Prefiere hacer cosquillas que pegar un puñetazo en el estómago?
Les dejo con algunas de sus fotos de sus diarios de viaje por Perú o de su interpretación del hombre ancestral y sin contaminar en algunas tribus de Etiopía. Yo me pongo con los apuntes de Chema Madoz en el canal de televisión de PhotoEspaña.