miércoles, marzo 17, 2010

Los sesenta son moda



Hace unas semanas esta bitácora sacaba su lado más homo al rendirse a las gracias de George Clooney (por cierto, impagable verlo con bigotito y pelo largo haciendo de joven aprendiz de soldado hippie en Los hombres que miraban fijamente a las cabras). Pues bien, hoy este espacio tan machote y varonil vuelve a ponerse fino. Pero así nos las gastamos, somos capaces de destacar el nuevo álbum de Los Chicos (el mejor grupo cutre de la actualidad garagera) como el disco de la semana y al mismo tiempo hablar de algo tan opuesto como el look de una peli gayer tipo A single man. Que conste que cuando digo gayer es con todo el cariño, entendiendo que la historia que cuenta Tom Ford a partir de la novela de Christopher Isherwood es universal y no sólo afecta a una minoría concreta. Con todo, la minoría –descrita como aquella que produce temor en la mayoría- es parte esencial del relato, tanto intelectual como estéticamente. Pero más que destripar el argumento y las claves del guión de la película, prefiero centrarme en las apariencias. El esteta que llevo dentro (sin risas, por favor, que esto es muy serio) me atrajo a la sala de cine de la misma manera que me engancha a la pantalla de mi tele cuando echan Gilda (ayer mismo, sin ir más lejos) o cuando dan Mad Men, tramas aparte. Precisamente la serie de la HBO comparte tiempo con la peli del estrábico diseñador, aunque no espacio. Los primeros sesenta, en un caso en Manhattan y alrededores, en el otro en la soleada Los Angeles. Si en Mad Men podemos hablar de cierta atmósfera opresiva dibujada a través de claroscuros, de casas unifamiliares de suburbio de clase media, en A Single Man la atmósfera se tiñe en ocasiones de cálidos y favorecedores atardeceres al tiempo que los instantes más sombríos se dibujan con una exquisita sofisticación. Encuadres perfectos, vestuario a medida, viviendas de revista, belleza estomagante... No es lo mismo prepararse una copa en la cocina de Don Draper que hacerlo en el salón multicolor de Charley (Julianne Moore). No es lo mismo un revolcón en el camastro de alguna de las queridas ocasionales del héroe publicista que un revolcón en el dormitorio del profesor George Falconer (Colin Firth), practiquemos el sexo con quien lo practiquemos. Cada uno tendrá sus preferencias (visuales, me refiero). El caso es que ambos responden a dos ejercicios de virtuosismo escenográfico. Pero claro, entre ambas orillas, el abismo polvoriento, todo hay que decirlo, salvando las consiguientes excepciones metropolitanas de un país-continente. En cualquier caso, aquellos cincuenta y sesenta fueron aquellos maravillosos años. Recordémoslos escuchando el Manhattan de Ella Fitzgerald mientras nos servimos un dry martini y fumamos lucky strikes. Si no, siempre nos quedarán Los Chicos y su sonido apestoso y adictivo.








A continuación, las casas estudio fotografiadas por el gran Julius Shulman, fallecido el año pasado:




No hay comentarios: