lunes, julio 24, 2006

Esta última escapada levantina nos ha “levantado” los ánimos y nos ha servido para comprobar cuan bien han quedado las operaciones quirúrgicas de tantas y tantas señoritas que aprovechan el ambiente de libertinaje que asola nuestra sociedad y, por ende, nuestras playas, para lucir tetamen de plástico. Y lo que no es tetamen, véase chistorras bucales. Tanto desfile de estrenos anatómicos ante los ojos desorbitados del macho ibérico –no hablo de mi, que yo soy un cronista imparcial- nos provoca una profunda reflexión. Una cosa son las tetas, querer engordar su talla, elevar lo que antes amenazaba desplome o alisar con plancha hidráulica pero otra muy distinta es la operación bocacha. ¿Dónde está el encanto o la belleza de inyectarse una masa pringosa en los labios hasta conseguir dos churros de carmín? Incomprensible. ¿Cuál es el aliciente de semejante dislate? Si no revierte en mejorar las artes amatorias referidas a la succión genital no entendemos nada. Por eso desde aquí queremos hacer un llamamiento a la cordura, a la sensatez de ese gremio de perfil avícola que a este paso lograra la mutación de la especie. No es que no queramos mujeres neumáticas o recauchutadas, todo lo contrario, pero es que se está perdiendo el buen camino y tampoco es eso. Nuestra vocación de pastores estéticos y espirituales ante todo.

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