martes, julio 18, 2006

Llegamos directamente del pedregal de Boadilla del Monte, la versión madrileña del Summercase Festival y aún no nos hemos deshecho de la capa de polvo blanquecino (Naaaada de Angel Dust, nada) adherida a nuestra ropa y a las paredes de nuestra garganta. A nosotros si que nos deberían dar con una buena estera, pero bien duro en nuestro culet... Bueno, que aquello fue una polvareda de tesno y wakanroll. A la verde organización de todo debutante y a las picajosas medidas de seguridad (unos doscientos controles policiales en las inmediaciones del pueblo, en las redes de acceso y hasta en el alcantarillado en un radio de cuarenta kilómetros a la redonda. Una bonita estampa de redada intensa por parte de Guardia Civil, policía de toda condición y uniforme, maderos de los pueblos del cinturón rojo de la comunidad –por aquello de que son especialistas en descontrol y anarquía festivalera, como bien indicó un coleguita- que, linterna en mano, escrutaron hasta el último escondrijo de cada vehículo que felizmente tuneado se aproximaba con su inventario de nengs dentro. La juventud española y las fuerzas del orden, un binomio siempre entrañable) debemos elevar nuestra voz contra aquellos lumbreras que diseñaron la parrilla de horarios. Además de coincidir muchísimos grupos a la vez, coincidían estilos como el hecho de programar a New Order y a Happy Mondays con media hora de diferencia. Por no hablar de la distribución de escenarios (terminales según la nomenclatura del Summercase), contenidos en un estrecho diseño ideal para el solapamiento de sonidos.

Pero bueno, a pesar de nuestras artrosis, nuestras toses secas producto del erial y de nuestra edad avanzada curtida en mil batallas a lo largo y ancho del mapa musical patrio, hemos de reconocer que más de una banda nos emocionó y nos llegó dentro, muy dentro, hasta los higadillos. Sin ir más lejos, la actuación de Primal Scream, con un Bobby Gillespie bastante contenido para lo suyo y un sonido tremebundo que consiguió volatilizar las cuerdas y las mandolinas de su último trabajo en favor de una muralla de rock ensordecedor de lo más cafre y delicioso. El segundo día, nos privó la magia de Greg Dulli, el gentleman de Twilight Singers, el gentleman de los inmensos Afghan Whigs. 40 escasos minutos de show que supieron a gloria, a soul guitarrero, a intensidad negra, a banda sonora de hace mil años, a clase magistral de un superviviente de tiempos convulsos. Faltaron mil y una versiones pero la bocanada de Dulli no dio para más. Inmensos. Y como vértice perfecto, el pulso de clase y sonido Bristol de Massive Attack. Espléndidos y poderosos, con una base rítmica nuclear y dos voces de leyenda, la del héroe reggae Horace Andy y la de Liz Phraser, de Cocteau Twins. Presencia abrumadora, himnos soul de nuevo milenio y un chorreo final que pareció desatar el clímax generalizado.

Otros momentos destacables: New Order en ocasiones, Razorlight, la carpa a reventar botando de éxtasis con Chemical Brothers, la pirámide de Daft Punk, Super Furry Animals y el fin de fiesta a cargo de Fatboy Slim.

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