martes, noviembre 03, 2009

La insignificancia de un gigante

Hay qué ver. Tumbados en el sofá un sábado por la tarde cualquiera, aparece en la tele el rostro de José Luis López Vázquez. Se canta una jota con su tonillo de siempre. Es una peli entre tantas del (sub)desarrollismo español, una mierdaza enlatada que, sin embargo, tiene algo de poder hipnótico gracias a la presencia de alguna criatura diferente, tan distinta como la que, a pesar de todo, se esconde tras la aparente insignificancia de un tipo calvo y con bigote, clon de millones de españolitos grises, reprimidos, salaos, buenos, del montón. Mi chica me pregunta: “¿este hombre sigue vivo?”. “Creo qué sí”, respondo yo medio convencido de que, aunque nos acostumbramos a la pérdida de tantos y tantos, un tachón como el de López Vázquez quedaría en la memoria. Efectivamente, seguía vivo. Dos días después, moría plácidamente. Qué cosas.
Ayer, la misma chica que se quedó helada con la noticia, y con su macabro presagio, se dolía de la pena que supone que gente así no disfrute en vida de las bonitas adulaciones que suelen darse cuando desaparecen. Es cierto, pero también lo es que un tipo como López Vázquez –dos apellidos que juntos suenan a gloria bendita- forma parte de tu paisaje habitual que, aunque haya estado discretamente retirado en camerinos durante un tiempo, nos parece que sigue ahí, al otro lado de la esquina o del mando a distancia. Aquel ser insignificante de esa película mediocre era un genio, un gigante.

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