martes, mayo 18, 2010

Robin Flynn


Antes de nada, que conste en acta que se trata de una de mis historias preferidas de siempre. Además, no es la primera vez que en Repámpanos nos centramos en ella. Más que el tema de robar a los ricos para dárselo a los pobres, lo que me atrajo de la leyenda de Robin Hood fue que en realidad era Errol Flynn en leotardos de la Rana Gustavo. Hubo otros antes y muchos otros después, pero para un servidor aquel héroe tenía la sonrisa y los rulos del actor de aventuras por excelencia (con permiso de Douglas Fairbanks que además también lo interpretó más de una década antes): el pícaro de Tasmania. Evocar la vigorosa película dirigida por Michael Curtiz en 1938 significa retrotraerme al cine de verano de La Chopera y a las viejas teles en blanco y negro que por entonces se gastaban en mi casa y en la del pueblo familiar. The Adventures of Robin Hood, o mejor, Robin de los Bosques, siempre olerá a tierra mojada de fin de verano y siempre me hará sentir la calima nocturna de aquellas noches del Retiro. Es, sin duda, mi película más querida de todos los tiempos.

Pinchar aquí para ver el duelo final entre Robin Hood y sir Guy, una de las mejores escenas de espadachines de la historia del cine.

Alrededor de Robin de Locksley, de las pugnas entre sajones y normandos, entre Ricardo Corazón de León y su hermano Juan sin Tierra, también guardo recuerdos de la versión animada de Disney, de su aparición en el Ivanhoe de Robert Taylor y, sobre todo, de la cassette de los CuentaCuentos, aquella imborrable colección de cuentos y cintas habladas de Salvat que todavía conservo. Luego Richard Lester rodó Robin y Marian para años más tarde Sean Connery recliclarse de Robin maduro en perfecto rey Ricardo en el Príncipe de los Ladrones, con Kevin Costner de todos los santos en el papel del afeitado arquero y con un estupendo elenco de secundarios, al mismo tiempo que se lanzaba una tv movie mucho más cutre. Incluso Mel Brooks se atrevió con una parodia.



Y así llega el bueno de Ridley Scott, al que hace tiempo le perdí la fe, y se presenta en Cannes con una nueva versión del mito, mucho más veritè y en la que precisamente los franceses no quedan muy bien parados. El director de Blade Runner y Alien (me quedo con las ganas de ponerlo en duda) consigue que las dos horas y poco que dura su película se dilaten mentalmente mucho más aburriendo a las ovejas (perdón, a los corderos, que de ellos trata bastante). Desprovisto de toda picardía y sentido del humor, este Gladiator inglés se pasa a la épica que es donde Scott suele chapotear porque el hombre, hay que reconocerlo, sigue rodando como dios. Además, todo el rigor de una historia que pretende redescubrir queda aniquilado con detalles como los que abundan en su desenlace final, una batalla a lo desembarco de Normandia versión Soldado Ryan en la que unos niños desnutridos -la licencia poética con la que trata de enlazar a Robin con el bosque de Sherwood- se lanzan al combate a lomos de unos encantadores ponis y liderados por una Marian, antes granjera, ahora guerrera, de armas tomar. Todo un desperdicio que en ocasiones entretiene pero que no hace justicia a un personaje que siempre sonará a carcajada de Errol Flynn.

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