viernes, agosto 27, 2010

La belleza del horror

Un niño empapado sobre un fondo difuminado. El agua que le cala hace resaltar su piel morena, su abdomen y su ombligo hinchado. También el amarillo intenso de los mangos que sostiene en sus brazos a modo de capazo.

Las lágrimas recorren el rostro en primer plano de una niña. Mira a cámara fíjamente y llora porque le acaban de pinchar la inyección contra la enfermedad del sueño. Sus ropajes, aunque desenfocados, llaman la atención por su colorido exótico.

Una porción de tierra con forma y textura de pan de pita está rodeada por completo de un agua marrón. O gris. Sobre el pan de pita se ve una estampa casi de belén navideño. Unos pocos animales, un chamizo, lo que parecen unas figuritas con forma humana. Son humanos de verdad, una familia aislada en su granja y la foto está tomada desde un helicóptero de la Armada.

Las impactantes instantáneas del desastre natural y humano de Pakistán o el artículo de fondo dedicado a la situación calamitosa de la República Centroafricana, ambos en El País del domingo pasado, son sólo dos ejemplos de cómo nuestro mundo es capaz de arrancar destellos de belleza en el más absoluto de los desastres. Es más, muchas veces parece que es más sencillo encontrarla en este tipo de situaciones que en lugares de paz, equilibrio y orden. ¿Cómo es posible esta paradoja? ¿Es un acierto del fotógrafo inspirado? ¿Es aconsejable publicar este tipo de imágenes que a lo mejor no son capaces de apelar a la reflexión? No tengo respuestas, como casi siempre. Yo, por si acaso, prefiero dejar este post sin fotos. Las que describo al principio, y algunas otras que acompañaban los reportajes, eran excelentes fotografías. Sin embargo, algo en mí se extrañó mientras pasaba las páginas. Me interesaba la composición, el colorido, la decoración, y no acertaba a entender del todo que ahí dentro había drama a flor de piel, la representación del dolor de millones de personas. Había demasiada perfección entre tanto caos. Todas parecían una puesta en escena. Seguro que los foteros no tienen la culpa, ni de coña, son buenísimos, pero es la sensación dada. Los niños haciendo cola en los campamentos. La gente chapoteando en el fango. La desnutrición personificada. Las siluetas del esfuerzo y la supervivencia. Los ojos. Bueno, esos ojos no son los de unos actores. Son de verdad.

Para completar: las mejores imágenes del World Press Photo 2010

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