jueves, agosto 05, 2010

Otro momento infame de una época miserable: larga vida a El Ambigú

Qué le voy a hacer. De manera voluntaria me sometí durante mi periplo vacacional por tierras norteamericanas a un férreo boicot informativo. No quise saber nada del mundo más allá de los partes meteorológicos que nos auguraban temperaturas infernales en los desiertos y rachas de viento fresco en las playas angelinas. Aislamiento total sin más filtraciones que las provocadas por un vistazo furtivo a la portada de algún periódico yanqui o por las dosis wifi que mis compañeros de viaje se enchufaban siempre que podían como metadona ciberespacial. El caso es que tras el aterrizaje a la realidad este pasado fin de semana aún no debo haberme desperezado del todo y continúo con la inercia de vivir en una burbuja. Sin embargo, ayer una noticia con varios días de caducidad salta sobre mí: El Ambigú fulminado. No doy crédito. Releo y efectivamente, el programa que Diego A. Manrique lleva emitiendo durante los últimos 18 años en Radio 3 cierra. No cierra, ¡lo cierran! La sorpresa que precedió a la tristeza conduce rápidamente a la indignación al descubrir el estado de las cosas. Los reajustes, los balances, las políticas de gastos, las nuevas direcciones… El cuento de siempre. Las formas de siempre. ¿Por qué no tienen el valor de presentarse ante el respetable y esgrmir sus razones para tomar semejante decisión? Se la suda. ¿No se dan cuenta que un espacio así es ya patrimonio de mucha gente? ¿Que es un producto cultural de enorme valor que merece un trato algo más digno? Lo sabrán, no son estúpidos, pero ¿qué más les da? Borrón y cuenta nueva. Al parecer más saneada, se supone. Cobardes como ellos solos esperan a mitad de verano para hacer languidecer el programa con episodios grabados y ni siquiera dar oportunidad a su creador de despedirse con normalidad o simplemente decir esta boca es mía, para tener éste que recurrir a una treta en pleno sofocón y conseguir por fin su epílogo más o menos decente. Qué vergüenza. Así está el Ente, oigan. Otro motivo más para tener muy claro que yo no quiero tele ni radio pública. Paso. ¿Cuál es la diferencia? Al menos nos ahorraríamos una pasta y el gustazo de no mantener con nuestros sueldos las carreras de advenedizos, listillos, progres de pacotilla y nuevos yuppies modernetes. Les aterra el talento y la sabiduría. Está más que comprobado. Que les den, que ya bastante nos dan a nosotros. Ahora nos imponen el silencio de El Ambigú, un rincón de máxima libertad musical y artística, un rincón librepensador y agitador de emociones, un programa de radio con dos cojones que daba sopas con honda a cualquier churro radiofórmula, un monumento cultural sin fronteras ni prejuicios, tan sólo los expresados de vez en cuando y sin tapujos por el propio Manrique, con lo que tampoco eran prejuicios demasiado traicioneros. En una misma hora de El Ambigú uno podía bailar bachata, dislocarse el cerebro con las progresiones de Albert Ayler, escuchar las grabaciones ignotas de algún pope de la música española, desparramar con Led Zeppelin, flipar con sonidos exóticos recién sacados de la maleta de viaje, tumbarse a la bartola a ritmo de reggae, ponerse firme delante del señor Dylan, melancólico con Richard Hawley o emocionarse con alguna que otra confidencia personal mientras se resquebrajaba su aparente tosquedad.
Con esta putada me deben varios cursos más de convalidación musical, ¿a quién los reclamo? Mi formación está básicamente forjada gracias a dos o tres de colegas, a mi lógico aunque mínimo porcentaje autodidacta y a El Ambigú. Tal cual. Joder, si los pocos pinitos que he dado en el mundo radiofónico los he dado interiorizando sin querer el soniquete de su inconfundible dicción. Estoy seguro de que echaré de menos el programa, pero no así a su conductor porque no le imagino fuera de micro demasiado tiempo. El problema es el lugar, ¿qué maldito lugar podrá acoger tanta independencia?
Como él mismo ha expresado, vivimos una “época miserable”, así que desde este mi humilde espacio libre (creo), en el que puedo dar codazos sin represalias (creo), ya me he desahogado. Ahí fuera apesta.

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