martes, octubre 19, 2010

¿Dónde está la jodida tienda de discos?

Efectivamente, amigos. ¿Dónde está la jodida tienda de discos? es una pregunta que me sirve por duplicado para encabezar la siguiente parrafada. En primer lugar es una pregunta que me hice más de una vez durante mi visita este verano a California. Las confusas indicaciones de un colega -y mi espesa capacidad neuronal- tuvieron la culpa. El tipo, amante sufrido de la acaparación del vinilo y el disco de pizarra, me anotó un par de recomendaciones que no debía dejar pasar en la ciudad de San Francisco. Por supuesto, una visita a la famosa tienda Amoeba. La otra, algo más personal, me la reservo porque desgraciadamente ya ha cerrado, al menos en su versión primigenia. El caso es que de los días que pasé en Frisco una buena parte del tiempo lo malgasté intentando encontrar un ideal, una idea vaga del sótano prometido. La tienda de discos que nunca encontré. Error. La tienda de discos que no creí encontrar. En realidad, la tienda de discos en la que no pude entrar. Bah, no se preocupen, no traten de intentar entender algo.

El segundo significado de la pregunta en cuestión tiene que ver con el actual estado de las cosas en cuanto a presencia de tiendas vinílicas en nuestras vidas se refiere. Es una pregunta que lanzamos al aire fauna como el que escribe y que también viene a colación del documental I need that record, de Brendan Toller. Precisamente este tipo, alarmado por la progresiva desaparición de sus tiendas favoritas, las que siempre le rodearon, reflexiona acerca del devenir de la industria musical visitando fuentes tan reputadas como Thurston Moore, Ian MacKaye o, fíte tú, Noam Chomsky, que lo mismo vale para un roto que para un descosido. La peli no es más que un fan, dolido y desesperado, preguntándose qué va a ser de todos nosotros. Pues imagínate qué pasaría si el tinglado ni siquiera se hubiera puesto de moda, le diría yo. La pregunta igual ya tendría respuesta: en ningún lado, no queda ni una tienda. Vete a tu Fnac de Connecticut, tronco, se llame como se llame. Porque el caso es que hemos llegado hasta los inicios del nuevo milenio y tenemos todavía surcos que llevarnos a las orejas. Además, leo perplejo que el cassette vuelve, que ahí están sus cifras de ventas tras haberse celebrado ya el funeral del soporte. Grupillos underground los editan porque lo retro mola y la gente flipa bobinando los temas. Chachi. Lo importante, desde luego, es que el vinilo sobreviva como pueda y, claro está, permita que negocios pequeños, de barrio, también lo hagan. Porque amigos, aún somos legión los que necesitamos de vez en cuando llenarnos de mierda hasta el codo al bucear en polvorientas cajas de cartón llenas de elepés y sencillos de la prehistoria. ¿O no? ¿Hay alguien ahí? ¡¡No me dejen solo!!

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