lunes, septiembre 01, 2008

Entre col y col

De nuevo en casa, en los secos madriles de operación llegada. Atrás hemos dejado un viaje de esos que algunos llaman de experiencia multisensorial. Nuestro periplo por Girona comenzó en la tierra volcánica de La Garrotxa, donde Olot alberga un santuario tachado en rojo con una gran equis sobre el mapa del tesoro. Cuatro años después, por fin lo descubrimos. Les Cols no es un hotel, como mucho es la pensión más cara del mundo. Cosas de la burocracia hostelera. Encarar cada uno de sus cinco pabellones de cristal parapetados por empalizadas reflectantes supone un choque cultural. Se impone cambiar los hábitos domésticos. Y sociales. Un camastro formado por ocho tiras independientes es el único cuerpo reconocible en la no-habitación. Por la noche, toma forma de cama al estilo japonés. No hay armarios. ¿No hay? Varias falsas paredes ocultan una nevera con agua, un armario con toallas y otro con albornoz y zapatillas. Es el maletero, porque todavía no se ha inventado el equipaje invisible y la Samsonite no debe entorpecer el vacío.
Tampoco hay grifo en el lavabo, oculto tras puertas correderas opacas, pero el agua corre en la pila cuando detecta la presencia del huésped. Una ducha de cantos rodados y una poza de agua caliente hasta la madrugada completan un cuarto de baño de lo más acústico.


Sombras humanas recorren las pasarelas metálicas, al otro lado de la trinchera verde. Los aspersores riegan los churretes de lava negra, coloreada por las hojas naranjas caídas del nogal. Sale el sol, un destello. Cae la noche, un desfile de penumbras espectrales. No hay temporadas, aquí la tarifa es única todo el año. Llueve. Casi mejor. Nieva. Cielo estrellado, luna llena sobre las cabezas.

Les Cols no es sólo ejemplo de un hotel que hace las cosas distintas, sino que marca la pauta para que todos podamos hacerlas. No tenemos que vivir por norma a media luz, no tenemos que tener en nuestras casas mil y un reflejos de sofisticada arquitectura, pero sí podemos vivir nuestra cotidianeidad con más imaginación y menos complejos. Vivimos sin encontrar la total comodidad, necesitamos demasiadas cosas y no sabemos despojarnos de lo prescindible. No guardamos ningún ritual sagrado, todo lo hacemos sin consciencia y no tenemos conciencia del entorno, vivimos hacía lo estrecho y no hacia lo abierto. Todo esto y más ocupa nuestra conversación con Judit, verdadera psicóloga del zen, experta en recibir con la mejor sonrisa al despistado y ansioso viajero. Arte de la instrucción espiritual. Seguimos en un hotel. O lo que sea.

Desayunamos tumbados al borde del engawa placeres nada minimalistas. Un queso y una longaniza de Olot. Un tomate a mordiscos. Ya ni nos acordamos de los 17 platos del menú degustación de la cena de la noche anterior, servidos en varios espacios del restaurante, incluido el jardín frente a la masía originaria. ¿Me rebocé en el césped mientras engullía una tableta de chocolate acompañado de pan de coca y cava? Por si no hemos tenido bastante, Judit nos obsequia con un pic-nic playero, para después de la ruta que nos llevó al volcán Crossat. Una hogaza de pan, dos huevos duros, una ensalada verde, un puñado de ciruelas y una botella de Sinols negre.
Camino del mar, Franz, Regina y su perro Max nos reciben en su casa de Fortiá, a pocos kilómetros de Castelló D'Empúries. Risas, conciertos de jazz en un garito de la playa, cenas de fusión tailandesa en el pueblo, calas a un paso de El Bulli... Y golondrinas que pernoctan fuera de su nido en cualquier lugar del jardín. Así dan nombre al Ave de Paso, el hotelito de esta simpática pareja suiza. Jamás olvidaré su yogur casero con muesli y fruta. ¡Mil gracias a todos!

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