viernes, noviembre 28, 2008

Obsesión

Acudo a la exposición dedicada al fotógrafo Helmut Newton en la galería de La Fábrica y me cuentan que no recuerdan una con tanta afluencia de público. El frío otoñal aprieta y decenas de curiosos en tiempo de jubilación deciden entrar en las renovadas y modernas instalaciones de la sala madrileña. No me extraña, la visión rijosa de esos cuerpos turgentes calienta el espíritu como un caldo de albergue las tripas en esta época del año. Curiosamente, la mañana que yo he elegido para la visita, tan gélida como las demás, no acumula más de un par de parejas durante el recorrido. La fecha de clausura está cerca y parece que pocos quedan ya sin trillar las contadas fotografías con las que Newton se presenta en España casi cuatro años después de su muerte. El paseo se hace corto, las imágenes son alentadoras pero no todas responden a la mejor puesta en escena del autor aunque desde luego sí bulle en ellas parte del glamour y la elegancia sofisticada, el ojo clínico y cínico de un obseso de la belleza. Mi crítica no es sincera del todo, puesto que mi decepción justificable tiene que ver con la escasez de material y la falta de información para acompañar a las fotos.
No esperaba encontrarme su famosa serie Naked and Dressed, que tan bien ambienta el café berlinés que lleva su nombre, ni alguno de sus magníficos autorretratos, ni si quiera el rostro en blanco y negro de algún famoso de Hollywood, pero sí esperaba más, mucho más. Tal vez sea la ansiedad y la siniestra avidez que provoca su mundo, el cual descubrí hace mucho tiempo en la consulta de un médico (reconozco que esto suena regular). Qué mejor escenario para toparse por primera vez con las turbadoras poses de sus modelos que la recargada y antañona sala de estar de un viejo doctor. Recuerdo ser muy pequeño y empezar a ojear una revista. Recuerdo sorprender una mano anónima (¿la del fotógrafo?) que destapaba el pecho de una mujer sacada de la Alemania de entreguerras. Recuerdo también el escultural cuerpo de Brigiette Nielsen y otras cuantas miradas vouyerísticas que provocaron en aquel niño un efecto definitivo. O dos: obsesión por el cuerpo femenino y cierta vocación fotográfica.
Todavía tengo aquel reportaje que arranqué de la revista de la consulta.

La foto iniciática



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