lunes, septiembre 28, 2009

Españoles y comportamientos humanos


Uno de los garitos vallekanos propicios para hacer el siniestro o el punki o lo que se quiera.

La fuerza de una buena resaca potencia la sensibilidad y agudiza la percepción del comportamiento exhibido por el prójimo. Estoy convencido. Fue ser izado en grúa desde la piltra, aún poseído por los vapores del tequila, y disponerme a gozar de un fin de semana en el que he podido experimentar una vez más la desazón ante la presencia de seres incómodos a mi alrededor. Fue plantarme entre la marabunta del público de La Riviera que esperaba la salida al escenario de The Cult y detectar la escasa tranquilidad que me deparaba el evento. La pereza ante la horda sudorosa, gordinflona y viejuna me parecía infranqueable. Menos mal que Ian Astbury empezó a cantar y la apatía desapareció, sin por ello poder deshacerme de la legión de cachalotes alopécicos y nostálgicos que abrazados como niñas frente a un grupo coral de melifluos querubines batían sus grasientos brazacos al ritmo de She sells sanctuary , con el consiguiente peligro para mi integridad física. El concierto, bien. El público, como casi siempre, presente. Fantasías de un buen lanzallamas dirigido a diestro y siniestro se agolpan en mi cabeza al tiempo que trata de asimilar la ecuación resultante entre el concepto resaca unido al de concepto concierto de The Cult.
Al día siguiente, los madrileños, entre cuatrocientos mil y un millón –cifras que a día de hoy se han estabilizado pero que ayer se escuchaban y que es como decir, entre muchos y casi todos, o entre lo que puede ser y lo que a mí me da la gana-, se echaron a las calles felices y entusiastas para tentar a la suerte y agradecer a su alcalde los desvelos procurados durante los últimos años para hacer de su ciudad una postal virtual, un concepto mercadotécnico, una referencia, una entelequia. Desvelos que le ha llevado a dar unas cuantas vueltas al mundo pregonando, eso sí, la buena nueva de un Madrid chupi lerendi y que no por ello supone una dejación de sus funciones de primer gestor público de nuestras cosas. Total, quién iba a querer vivir estos días en una ciudad descuajeringada, insufrible, irreconocible, fea, invivible, si se me permite la expresión. Pudiendo coger la mochila y escaparse en business a predicar la palabra. Quién pudiera. Pero bueno, seguro que esto cambia en cuanto seamos los afortunados adjudicatarios de un acontecimiento que de olímpico tiene lo que los populares valencianos. Tufo corrupto del bueno. Claro, que también me fascina contemplar al rubiales de Almería al frente de todo el cotarro, con sus ricitos al viento, sus gorgoritos amordazables y sus cabriolas cruce entre un baile regional y un sucedáneo de arte marcial. Patada que te crío, bulería, bulería, viva España y a otra cosa, mariposa. Eto é increíble. O imprezionante, con zeta de presi, padre que se atreve a pasear a su prole satánica con semejante desfachatez –qué gran palabra ésta- como maniobra luciferina para desviar la mirada del impuestazo, también con zeta. Porque al fin y al cabo, que nos pongan una soga al cuello es lo de menos. Lo importante es el tipín que luzcamos en nuestro ajusticiamiento o la túnica elegida para posar con el verdugo. Si somos gordos y góticos, o siniestros o menores socialistas, nos merecemos lo peor. Hasta que nos suban los impuestos.

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