viernes, septiembre 18, 2009

La vida fotografiada

Como es tradición en Repámpanos, siempre acudimos a las citas importantes a destiempo o a última hora. Por los pelos nos ha dado tiempo a visitar la exposición de Annie Leibovitz traída a Madrid desde el Museo de Brooklyn y que lleva por título Vida de una fotógrafa, 1990-2005. La fotógrafa del rock y de las estrellas de Hollywood, la fotógrafa de los noventa por excelencia, demuestra con su retrospectiva que no se corta un cacho, que la libertad creativa es un privilegio y que su obra es, para bien o para mal, ni más ni menos, su vida entera. El recorrido, en el que el visitante se asoma tanto a su trabajo más publicitado como a las escenas cotidianas de su vida personal y familiar, no puede ser más pedagógico e inspirador pues acerca la cámara a nuestra propia realidad alejándose al mismo tiempo de la parafernalia y la puesta en escena. Admiramos a una espléndida Demi Moore embarazada, a Mike Jagger en escorzo sobre la cama o a Baryshnikov sostenido en vilo, a decenas y decenas de celebridades y de fotos míticas que saltaron del Vogue o la Vanity Fair al recuerdo imperecedero de gente anónima de todo el mundo, pero en donde realmente nos tomamos un respiro es en contemplar la rutina doméstica de su hogar, la intimidad de sus seres queridos, el transcurso de una vida en imágenes. La técnica y la composición queda muy lejos cuando es Susan Sontag la que agoniza. En estas fotos, al igual que en las de su padre moribundo, no hay estética como en las de Sarajevo o Ruanda (una de las fotos más estremecedoras que he visto en mi vida, aunque no pueda evitar que me recuerde a la portada del Beggars Banquet de los Stones, es la de las huellas ensangrentadas de una matanza de tutsis), tan sólo emoción y voluntad de seguir disparando hasta el final, poseída como estaba a veces por un trance propio de estar encuadrando la muerte más cercana, la de los tuyos.

La madre de Annie Leibovitz

William Burroughs

La maestría en el manejo del foco y de la profundidad de campo, la sensibilidad femenina de su universo más onírico y poético, el control del blanco y negro, tan típico de los noventa en manos de Avedon y Corbijn, queda un poco al margen al hilo de una disyuntiva que me asalta de vez en cuando: ¿realmente quiero fotografiarlo todo?, ¿es necesario siempre fijar mis recuerdos en un álbum de fotos?, ¿están estos recuerdos en las fotos o deberían partir de mi memoria? En cualquier caso, la exposición de Annie Leibovitz te implica. Puede tener algo de exhibicionista, puede ser honesta y valiente, lo cierto es que sea como fuere, obra y artista parecen merecer el mismo calificativo. Son la misma cosa. Para bien o para mal.

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