miércoles, marzo 19, 2008

Sesión de hipnosis

Hace unos días tuve una experiencia reveladora. Siempre he estado convencido de los poderes superiores de la música, de su capacidad de transformación emocional más allá de lo explicable. Sin embargo, nunca lo había comprobado con tanta eficacia más allá de mis propias carnes y mi entorno. Por eso, cuando descubrí ese pequeño o gran milagro revelándose en el cerebro de un renacuajo humanoide de no más de un metro de estatura, quedé estupefacto. Porque no hay necesidad de ahondar en los detalles, decir que estaba en una casa rodeado de niños, bebés, animales, y alguna que otra persona. Uno de esos seres diminutos atravesaba una fase de absoluto descontrol hiperactivo, una fase que igual llevaba en marcha horas, días o años. El enano ni siquiera sabe hablar todavía y apenas balbucea sonidos extraños imposibles de descifrar. Él señala cosas con cara de estar todo clarísimo y tú te piensas que te está pidiendo una cerveza. En fin, mientras el niño correteaba de aquí para allá sin orden ni concierto, decidí abstraerme del mareo y saqué mi reproductor de mp3. Encenderse las luces del aparato, localizarlas al otro lado de la habitación con su radar ultrasensitivo y abalanzarse sobre él para juguetear fue todo uno. Hasta ahí, lógico. Cosas de niños. Pero cuando mi amiguito empezaba a flipar con el sistema táctil del chisme y yo empezaba a temer por la integridad de alguno de los dos, pues mi nivel de paciencia caía en picado, le coloqué los auriculares en sus miniorejas y pulsé play al azar. Ipso facto, la criatura cesó sus hostilidades y adoptó una postura hierática no desarmada hasta el final de Hutterite Mile, la primera canción del Folklore, uno de los discos del grupo de country-rock-oscurete 16 Horsepower. Más de cuatro minutos de melodramática balada western, a golpe de banjo gótico y atravesada por la voz angustiada de Dave Eugene Edwards. Precioso. Una alegre cancioncilla que ni Teresa Rabal. Y el gamberrín paralizado. Como un androide en fase de recarga.


Sentí inocular en él la semilla del diablo. Noté cómo se le agarrotaban sus débiles músculos para ser rellenados con espesa savia mefistofélica. Vi en su mirada perturbada la pérdida de la inocencia, vi unos ojos inyectados en oscura premonición. El viaje cesó con el fin del lamento de los de Colorado, y el niño reaccionó ante el abrupto silencio quitándose los cascos y reanudando su frenética actividad de pequeño chalado.
Pero la obra ya estaba hecha. El mal estaba en él y yo lo sabía. De vez en cuando me miraba de soslayo para ver si yo estaba dispuesto a proporcionarle una dosis más, ya fuera de death-metal o de electro-punk, pero yo ya no me atreví.

Por cierto, a su padre, que andaba por ahí, no pareció hacerle ni puta gracia mi extraordinaria revelación. Todo sea por el caos de las nuevas generaciones.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No me extraña que el enano se paralizara. Y si encima le hubieras puesto el vídeo igual habría enmudecido para un par de meses.
Qué dolor el de David Eugenio Eduardo (será de alguna familia real?)
Bueno, voy a bajarme el disquito... y tú deja de inocular cosas a menores o te van a meter un paquete de la hostia

El turista dijo...

Mano de santo para gente pequeña de lo más rebelde.

Dario dijo...

Jajaja, qué bueno. Ese niño tiene futuro... o no