jueves, junio 26, 2008

Jugar, ganar

Hasta el más perdedor de los hombres escoge bando y arroja sus dados sobre el tablero. ¿Qué sería de nosotros si no estuviéramos a uno u otro lado? Poseídos por la neutralidad, actuaríamos con el autoritarismo del árbitro. Seríamos dictadores. O, peor, desplazados, arrinconados, expulsados. Seríamos minoría, pero minoría forzosa. Da igual el deporte o el juego. Incluso el amor cuenta con reglas similares. Y, aunque lo importante es ganar, la victoria solo tiene sentido si se ha jugado. Previo a la partida, ni siguiera importa el después, trascender o morir en el olvido. Importa jugar. Estar ahí. Participar.
Por mucho que la razón juegue malas pasadas y parezca ponerse del lado de un ente superior ajeno a las miserias de la contienda, no hay nada más humano y racional que la fuerza de la disputa. La guerra no ofrece al juego más que terreno vil y necio, pero en su lugar cobra sentido la apuesta a todo o nada de un partido. La vida es eso y poco más. Jugar.
Sean de Rusia o de España. Vayan –es decir, jueguen- con los rusos, o lo hagan con los españoles y nacionalizados como tal. Da igual. Escojan y vivan el partido. La derrota será la muerte, pero la victoria también significará morir un poco. Lo dicho: como la vida misma.

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