sábado, junio 06, 2009

AC/DC desde el palco


Me se oyeeeee??

Tumulto en los alrededores. Día de fiesta en bares y tabernas aledañas al Vicente Calderón. Minis de cerveza en mano, riadas de gente uniformada con camiseta negra y cuernos rojos de pega parpadeando en lo alto de la testa. Fácil acceso escoltado hasta la zona noble del estadio, mientras la turba empieza a calentarse ante la intimidatoria presencia de la policía a caballo. Ya estamos dentro, falta poco menos de una hora para que AC/DC salga al escenario a romper la pana y nosotros vamos a ser testigos del espectáculo. Aunque esta vez la situación no nos es del todo familiar. Cuando salimos por el vomitorio conducidos por una atractiva azafata, apenas quedan huecos en la caldera en la que aún se atisba una brizna de césped. La grada hace la ola. Pero insisto, nosotros tenemos nuestra propia localidad y no nos juntamos con el pueblo. Nuestras butacas se encuentran en el mismísimo palco presidencial. No nos convencen nuestros asientos. Entramos a por unas cervezas. En la sala, el grifo echa humo. Al final del concierto, calculamos que se habrán dado cuenta de unos cinco o seis barriles de los que una buena parte fueron a parar a nuestras vejigas. Periodistas deportivos. Amigos de periodistas deportivos. Conocidos de amigos de periodistas deportivos. Familiares de periodistas deportivos. Chavales melenudos con brazaletes de cuero y tachuelas. Pibones siliconados. Algún responsable del club. Lumbreras que dicen esa horterada de “eisidisi”. De todo menos auténticos fanáticos del grupo australiano, de esos que se amontonan desde primera hora en los metros más cercanos al montaje de escena. Unas cuantas cervezas mediante, abrimos hueco, nos saltamos nuestras entradas numeradas a la torera y nos apostamos estratégicamente. La visión es privilegiada desde el balcón. Nos asomamos a tiempo para escuchar el pepinazo inicial y los acordes de Rock ´N Roll Train. El show ha empezado. Ya no habrá descanso durante las próximas dos horas. Aún así nos da tiempo para visitar religiosamente la barra libre y cerciorarnos de que hay gente que ni se pispa ni se quiere pispar del fiestón. El suyo está dentro. Alternar, picotear, pelar la pava, ni puto caso al ritual primario en el que se convierte todo concierto de AC/DC. Porque da igual que te sepas de pe a pa cada movimiento de Angus Young, el repertorio de la banda o la evolución milimetrada del bolo. Dan lo que la gente necesita. Tal vez un poco más. Por eso pueden ser los mejores representantes de eso que se empezó a llamar “rock de estadio” o “arena rock”, género que reinó en los ochenta. Abajo, Brian Johnson se columpia en la campana de Hells Bells. Arriba, un olor a hachís empieza a inundar la tribuna. Abajo, la pechugona Rosie hace acto de presencia. Arriba, un amago de pelea, porque los VIP también se zurran. Abajo, los cañones descargan sus salvas. Arriba, niños con la mano cornuda en alto ejemplifican este parque temático del rock, una completa colección de clichés cerriles de toda la vida de dios. Pero su fórmula siempre funciona. Incluso aunque estés completamente borracho en el palco de un campo de fútbol rodeado de personajes de pelaje muy poco “heavy”. Bueno, igual por eso funciona todavía más.



Antes y después


No hay comentarios: